martes, 13 de enero de 2015

MARI Y SUGAAR (LA DIOSA Y EL DRAGÓN)



Para nuestros antepasados, las tormentas simbolizaban la unión sexual entre el Padre Cielo y la Madre Tierra, ya que de dicho encuentro surgía la lluvia seminal que fecundaba las cosechas. Este fenómeno atmosférico fue interpretado por nuestros ancestros como una serpiente-rayo o dragón (relacionado con los elementos masculinos fuego y aire).
La mitología vasca, al haber conservado muchos elementos pre-indoeuropeos, puede ayudarnos a desenmarañar el significado original de nuestros mitos. Según la tradición oral vasca, Sugaar (serpiente macho) es el amante de Mari (Diosa). Sugaar, al igual que el joven dios de las cosechas de tiempos neolíticos, debe ser entendido como una emanación de la propia Diosa (símbolo del Todo) que le permite a ésta autofecundarse (Diosa partenogénica).

La etimologia de sugaar es sumamente esclarecedora y a la vez polivalente: Por un lado puede ser suge (serpiente) + ar (macho), pero otros autores también sugieren su (fuego) + gar (llama). En otras comarcas vascas también se le conoce como suarra de su (fuego) y arra (gusano).
El antropólogo J.M. de Barandiaran recogió hace décadas algunos testimonios sobre Sugaar en las comunidades rurales vascas.Estos relatos en torno a los amantes Mari y Sugaar pueden considerarse como una reliquia de la Europa primigenia, ya que conservan aún el simbolismo original del personaje del dragón como amante de la Madre Tierra y lo relacionan directamente con las celebraciones del Matrimonio sagrado neolítico. Por eso, en muchas leyendas europeas, incluidas las vascas, el dragón aparece vinculado al interior de una cueva, que representa para los pueblos primitivos el útero de la Diosa-Madre dónde se unen los dos principios que originan la vida.
Más tarde, el cristianismo católico calificaría este encuentro entre amantes como un rapto del dragón, creando nuevos mitos en el que el original representante del principio fertilizador masculino era asesinado y sustituido por el nuevo héroe caballeresco patriarcal, o lo que es lo mismo, por el autoproclamado nuevo representante de las energías masculinas de la naturaleza.

Para nuestros ancestros creadores del idioma y de la cosmovisión vasca, la armonía entre las personas se basaba en el equilibrio entre el “dar” y el “recibir”, entre ar y eme, entre lo masculino y lo femenino. Esta es la analogía contenida en las ceremonias del “Matrimonio sagrado” neolítico (hierogamia) en las que sus ritos se ocupaban tanto de armonizarse con las fuerzas duales de la naturaleza (femenino-terrestre y masculino-celeste) como con las “relaciones” humanas entre el hombre y la mujer.
Y esto es, en definitiva, lo que simboliza y enseña la relación entre Mari y Sugaar: la armonía y complementariedad entre las dos polaridades de la naturaleza, lo que en la tradición alquímica se denomina andrógino sagrado.
europaindigena.com

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