miércoles, 18 de febrero de 2015

Dybbuk el demonio que quería nacer.

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Los mitos hebreos tardíos hablan de una abominable estirpe demoníaca llamada Dybbuk, luego asociada a distintas leyendas de vampiros y hombres lobo.
El pasado del Dybbuk no es realmente mítico, es decir, no pertenece a un pasado remoto, sino que surje como una representación simbólica incorporada por los místicos judíos del siglo VIII d.C.
Recordemos que la práctica del misticismo estaba tajantemente prohibida por aquel pueblo, celo que tenía por argumento la idea de que el misticismo, en cualquiera de sus formas, debilitaba la fe.
Ahora bien, en el siglo XII el misticismo ya era una parte ampliamente aceptada de la Kabbalah, y para el siglo XVI, una porción integral de ésta, así como algunas de las raras criaturas que habitan en sus páginas, o rollos, para ser más precisos.
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La palabra hebrea Dybbuk nos revela algo de su naturaleza. Significa algo así como “adherirse”, “aferrarse”. En cierta forma podemos imaginarlo como un vampiro energético, a veces conocido como vampiro psíquico o vampiro emocional; es decir, una criatura generada a partir de la energía mental de alguien, desde luego, negativa; ya sea a través de un hechizo o ritual, o bien a causa de alguien con una gran capacidad para odiar espontáneamente.
Algo de esto menciona Dion Fortune en su obra: Autodefensa psíquica (Psychic Self Defence), y puntualmente en su ensayo: Contactos no humanos en el plano astral. Otras fuentes que mencionan al Dybbuk pueden hallarse en las obras de H.P. Blavatski y Annie Besant.
La tradición hebrea sostiene que los Dybbuk son, de hecho, los hijos perdidos de Lilith, la madre de los vampiros; es decir, los antiguos lilim: espíritus errantes e incorpóreos que han logrado escapar de los inexpugnables muros del Gehena y el Sheol.
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Antiguamente se creía que los espíritus de los suicidas solían buscar una puerta de entrada para regresar al mundo; y para ello realizaban oscuros pactos con los Dybbuk.
En cierta forma, el Dybbuk es un demonio que no está para nada conforme con su situación. Su único deseo es regresar al mundo de los vivos, y para ello no ahorra esfuerzos de ninguna clase; y hasta intenta desalojar el alma de los embriones para encarnarse en un vientre más o menos acorde a su malicia innata.
Por eso el Dybbuk era particularmente temido por las mujeres embarazadas, una tradición que fue recogida en la película de terror de 2009: La profecía del no-nacido (The Unborn).
Si retrocedemos hacia siglo VIII, los místicos de aquel entonces sostenían que el Dybbuk puede ser tanto un demonio como alguien que ha muerto pero que intenta eludir o aplazar el juicio de su alma, en cuyo caso se extravía nuevamente hacia el mundo de las formas: desnudo, solo y perdido, hasta que encuentra la forma de interactuar con algún incauto y a partir de allí alimentarse de su energía vital hasta que finalmente termina poseyéndolo.
La forma más aterrorizadora de posesión demoníaca es justamente la que sugiere su nombre. El Dybbuk se “adhiere” a su presa como un parásito, debilitando la voluntad pero permitiendo cierta autonomía o máscara de normalidad, y así demorar la intervención de un exorcista.
El Dybbuk es siempre representado más o menos de la misma forma. Se habla de una criatura con patas de cabra, hirsuta, fétida, con cierta similitud con la fisionomía humana. Para moverse en el mundo sensorial el Dybbuk necesita introducirse en un cuerpo humano, es decir, poseerlo. Algunos especialistas en la tradición hebrea, por ejemplo, Robert Graves y Raphael Patai en su colosal obra: Los mitos hebreos (Hebrew Myths), sostienen que cuando alguien impuro aspira los vapores del incienso quizás esté absorbiendo la material sutil del Dybbuk.
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No obstante, otras leyendas aseguran que el Dybbuk se gana su ingreso al mundo mediante astucias y engaños; presencias que la gente puede tomar por angélicas y fenómenos paranormales que, a simple vista, simulan ser benéficos, como dulces voces que murmuran el futuro; hasta que finalmente logra desgastar la voluntad de su presa y penetrar en su cuerpo.
Una vez que el Dybbuk consigue acceso a la mente, comenzará a manifestarse a través de violentos cambios de personalidad, erupciones emocionales, comportamientos erráticos, inarticulados, propios de alguien que ha vivido una larga jornada de privaciones, comiendo y bebiendo hasta el hartazgo.
Vale aclarar que estos excesos tienen como propósito desequilibrar aún más las energías del huésped, haciendo que el hospedaje del Dybbuk sea mucho más sencillo. Algunos sostienen que incluso el Dybbuk se vale de su anfitrión para vampirizar a otras personas.
Ya en la etapa final de la posesión, el Dybbuk obligará a su presa a devorar azúcar y dulces de todo tipo. Sus presas a menudo caen bajo una depresión severa, que los recluye irremediablemente. Estos casos -narra la leyenda- suelen manifestar esputos y vómitos de una sustancia blancuzca notablemente espesa y hedionda. En este punto comienzan a manifestarse los primeros síntomas de locura.
Cuando el cuerpo y la mente de su presa han sido prácticamente anulados, la personalidad del Dybbuk se manifiesta abiertamente. Sin embargo, la estadía del Dybbuk dentro de un cuerpo humano no es perpetua. Solo puede manipular los mecanismos corporales durante un tiempo bastante corto, que va desde una semana hasta unos pocos meses. La persona poseída por este demonio puede salvarse si se somete al saber y las prácticas de algún rabí especializado en exorcismos.
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Si la persona fue exorcizada eficazmente, deberá llevar de por vida un amuleto de cera o acero, oportunamente bendecido, para evitar el reingreso del Dybbuk; que cuando no accede a las delicias del cuerpo suele vivir en cuevas abandonadas y en esos pequeños remolinos de viento que juegan con las hojas secas.

Fuente: https://anareyessite.wordpress.com

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