martes, 18 de julio de 2017

Tántalo y Pélope



En verdad que si hubo un mortal honrado por los vigías del Olimpo, ése fue Tántalo, mas no pudo digerir su gran fortuna, y por causa del hartazgo se ganó un castigo espantoso, la pesada piedra de sobre él colgó el Padre: el continuo deseo de apartarla de su cabeza le hace perder el rumbo de la felicidad.
 
Ésa es la clase de vida, sin remedio, que lleva en continuo suplicio, cuarto castigo, junto a otros tres, porque robó a los inmortales y dio a sus congéneres convidados el néctar y la ambrosía, que fueron instrumento de su inmortalidad. Mas si alguien espera ocultar sus obras a los dioses, yerra. Por ello los inmortales arrojaron a su hijo de nuevo a la búsqueda de la efímera raza humana; y cuando, al alcanzar la flor de su edad, el vello cubrió de sombra su barbilla, brotó en él la inquietud por un oportuno matrimonio:
 
De su padre el de Pisa a la gloriosa Hipodamía conseguir. Acercóse solo al mar gris en la oscuridad. Llamó a voces al de profundo estruendo, el del poderoso tridente. Éste se le apareció cerca, junto a los pies. Díjole: “¡Vamos! ¡Si es que los amables dones de la Cipria, Posidón, producen algún efecto maravilloso, traba la lanza broncínea de Enómao, encamíname sobre tu velocísimo carro hasta la Élide y acércame a la victoria, pues ya ha matado a trece pretendientes para aplazar el matrimonio

Templo de Zeus en Olimpia: Enómao a la izquierda, Pélope a la derecha, Hipodamía, palafrenero con el caballo
 
 
 
De su hija! El peligro grande no admite a un hombre cobarde. Si hemos de morir, ¿por qué preparar en vano una vejez sin gloria sentados en la oscuridad, privados de todo lo bello?
 
A mí me corresponderá esta hazaña. Y tú concédeme su realización según quiero”. Así dijo; y no quedaron sin cumplimiento las palabras con que le conmovió. El dios le honró con el don de un carro áureo y de caballos de infatigables alas.
 
Sojuzgó la violencia de Enómao y a la doncella como cónyuge, engendró seis hijos, caudillos esforzados en sus virtudes, y ahora comparte espléndidas ofrendas cruentas, yacente cabe el curso del Alfeo, en tumba que culto recibe junto a un altar por muchos visitantes frecuentado. La gloria de Pélope desde lejos nos contempla, en los certámenes de las Olimpíadas, donde se dirime la velocidad de las piernas y la madurez valiente de la fuerza.







Pélope, después de haber sido degollado y cocido en el banquete de los dioses, renació aún más hermoso; como sobresalía por su belleza, llegó a ser amado por Posidón, quien le regaló un carro alado que incluso cuando atravesaba el mar no se mojaba los ejes. El rey de Pisa, Enómao, tenía una hija, Hipodamía, y, bien porque él estuviese enamorado de ella, como dicen algunos, bien porque según un oráculo hubiera de morir a manos de su yerno, nadie la tomaba por esposa, pues el padre, al no haber podido convencerla para que se uniese a él, mataba a los pretendientes. Enómao, que tenía armas y caballos recibidos de Ares, ofrecía a su hija como premio a cada pretendiente: éste debía huir en su carro con Hipodamía hasta el istmo de Corinto. Enómao, armado, al punto lo perseguía y, si lo alcanzaba, le daba muerte; quien consiguiera escapar obtendría a Hipodamía por esposa. De este modo había matado a muchos candidatos, según algunos a doce; sus cabezas cortadas las tenía colgadas en su casa.
También Pélope acudió a pretenderla; Hipodamía al contemplar su belleza se enamoró de él, y persuadió a Mírtilo, hijo de Hermes, para que le ayudase.

Mírtilo era el auriga de Enómao y, como amaba a Hipodamía, deseoso de complacerla, no puso pernos en los ejes de las ruedas e hizo así perder la carrera a Enómao, que enredado en las riendas fue arrastrado y murió; otros dicen que lo mató Pélope. Enómao, moribundo, enterado de la maquinación de Mírtilo, lo maldijo rogando que pereciera a manos de Pélope.

Pélope consiguió pues a Hipodamía; al pasar por cierto lugar en compañía de Mírtilo, se alejó un poco para traer agua a su mujer sedienta, y entre tanto Mírtilo intentó violarla. Pélope, informado por ella de lo ocurrido, arrojó a Mírtilo al mar luego por él denominado Mirtoo, cerca del cabo Geresto. Mírtilo durane la caída maldijo al linaje de Pélope. 

Cuando Pélope llegó al océano fue purificado por Hefesto, regresó a Pisa, en Élide, y obtuvo el reino de Enómao, tras haber sometido la región llamada primero Apia y Pelasgiótide, y luego Peloponeso a partir de su nombre.

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