miércoles, 6 de septiembre de 2017

Cardea, la ninfa violada y el dios Jano


Cardea era una ninfa que habitaba en el “Lucus”, el bosque sagrado de los romanos. Era parecida a Diana, pero no utilizaba un arco, sino una lanza y una red. Cardea tenía muchos pretendientes que no le interesaban y como no aceptaban fácilmente un “no”, utilizaba una treta para despistarlos. Cuando la asediaban, esgrimía la falta de intimidad del bosque y los encaminaba hacia una cueva. Los hacía pasar primero y en cuanto podía los despistaba escondiéndose en la espesura. El truco le funcionó hasta que topó con Jano.
Cardea, la ninfa violada por el dios Jano que se convirtió en diosa
Jano es el dios de las puertas, de los principios y finales, de las entradas y las salidas y de él deriva el nombre del mes de Enero y se le representa con dos caras. Jano quería “ligar” con Cardea y ella utilizó el mismo truco que con los otros pretendientes, pero esta vez le falló. El dios con sus dos caras podía ver el pasado y el futuro y enseguida supo dónde estaba escondida la ninfa. Llegó hasta el escondite y según la mitología mantuvo con ella relaciones no consentidas, es decir, la violó.
Cardea, la ninfa violada por el dios Jano que se convirtió en diosa
Tal como eran los dioses de la mitología griega y romana, el hecho de que no hubiera consentimiento no parecía tener importancia y Jano, agradecido porque ella le había entregado su virginidad la elevó a la categoría de diosa. Es la diosa de las “bisagras”, umbrales y pomos, compañera del dios de las puertas. Aunque ser diosa de las bisagras parece una broma, en realidad era muy importante entre los romanos ya que con su poder, según Ovidio, “abre lo cerrado y cierra lo abierto”. Además Jano le dio una rama mágica de espino blanco que tenía la virtud de repeler el mal y proteger las entradas de las casas. Los romanos colocaban estas ramas de espino blanco en las puertas para cerrar el paso a  los malos espíritus que quisieran entrar en sus hogares.

Los romanos, tal como explica Ovidio, creían que en el exterior de sus casas habían espíritus malignos con forma de criaturas aladas, que acechaban para entrar volando y chupar la sangre de los bebés mientras dormían. El espino de la diosa Cardea amparaba y defendía las puertas de los romanos de esos seres.

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