Atalanta cae en la trampa de Afrodita y se para a recoger una de las manzanas dispuestas por la diosa para permitir ganar la carrera a Hipómenes. Obra de Guido Reni en el Museo del Prado.
El rey Yasos solo quería descendientes varones. Por ello, abandonó a su pequeña hija en una agreste región montañosa, donde la acogió y crió una madre osa. Años después, unos cazadores se toparon con la niña salvaje y la llamaron Atalanta. Como si se tratara de una versión femenina de Tarzán, Atalanta era ya una atleta con un talento innato para la caza, segura de sí misma y dotada de una «mirada fiera y masculina», peleaba como un oso y podía imponerse sobre cualquier animal o ser humano. Debido a su valentía y destreza, fue la única mujer a la que se invitó a participar en la expedición junto a los héroes más célebres de Grecia para destruir al terrible Jabalí de Calidón, que la diosa Artemis había enviado para asolar la Grecia meridional. Atalanta probó a ser más audaz y habilidosa que ningún hombre, a excepción de Meleagro; ella fue la primera en herir al jabalí, tras lo cual Meleagro lo terminó despachando con su lanza. Acto seguido, el enamorado héroe ofreció la cabeza y el pellejo de la bestia a Atalanta.
Arriesgada prueba
Tras
haber demostrado su heroísmo, Atalanta pudo reunirse al fin con sus
progenitores. Su padre, el rey, no estaba demasiado orgulloso de ella y
no podía tolerar su soltería. Aterrada ante la idea de perder su
libertad, impuso a sus pretendientes una arriesgada prueba: solo se
casaría con aquel que la venciera en una carrera, pero mataría a todo
aquel que resultara derrotado. La atlética y radiante Atalanta resultaba
tan deseable que ni siquiera la amenaza de una muerte súbita hizo
desistir de competir a numerosos jóvenes, infelices que perdieron la
vida en el intento, hasta que apareció Hipómenes, que la venció gracias a
la intervención de Afrodita.
El
suyo no fue, no obstante, el típico matrimonio griego. Atalanta e
Hipómenes se pasaban los días alternando la caza con momentos de
fervorosa pasión. Durante una montería, se abandonaron a un impetuoso
lance sexual en el interior de un recinto sagrado y, en mitad del acto
amoroso, ambos fueron transformados en una pareja de leones. Los
comentaristas posteriores, latinos y medievales, trataron de explicarlo
como un castigo divino, pero podría interpretarse como un gesto de
gracia para una pareja que se negaba a adecuarse a las convenciones.
Bajo la apariencia de leones, el más noble de los animales salvajes, los
amantes y compañeros de monterías podrían continuar cazando y amándose
sin descanso durante toda la eternidad. Ahora bien, esta transformación
entraña asimismo un poderoso mensaje: una mujer como ella no tenía
cabida en la sociedad griega «real», sería una marginada, carente de
todo lazo comunitario debido a su rechazo de los modos de vida propios
de las buenas esposas griegas, confinadas en la esfera doméstica junto
con sus hijos y parientes. El mito expresa los potentes sentimientos
encontrados que la independencia y el vigor físico de Atalanta
suscitaban entre los varones griegos. Quizá algunas muchachas anhelaran
ser como Atalanta, pero sus esperanzas desaparecerían junto con la
llegada de la pubertad, cuando se esperaba de ellas que contrajeran
matrimonio y obedecieran en todo a sus maridos. A este respecto, resulta
significativo que las jóvenes atenienses tomaran parte en un ritual
iniciático denominado la Arkteia, celebrado en los santuarios de
Ártemis, festival durante el que las muchachas pretendían ser oseznas
salvajes, ritos que los especialistas asocian a la supresión de la
naturaleza «atalántica» de las jóvenes como preparación para el
matrimonio.