Los "caballucos" del diablo son siete y parecen libélulas gigantescas... pues tienen alas larguísimas y transparentes parecidas a las de dicho insecto... con las que vuelan velozmente por el cielo nocturno... Van todos juntos y los cabalgan siete demonios... Sus ojos relumbran como chispas... resoplan por la nariz con la fuerza del huracán... arrojan inmensas llamaradas por la boca dejando en el aire una irrespirable estela de azufre... llevan en las patas unos fuertes espolones y... cuando huellan el suelo con los cascos... dejan en el suelo unas marcas indelebles... aunque sea en la roca... como las que todavía pueden verse en muchos parajes de la Montaña.
Cada uno es de un color del arco iris... y el rojo... que va en el medio... es el más corpulento... y el jefe. En realidad, son las almas de siete hombre malvados... nos hallamos ante el mal supremo... el del infierno... Estos jinetes son emisarios que el diablo arroja sobre las tierras cántabras la noche de fuego para sembrar el terror con sus tropelías en el mejor momento del año...
El caballo rojo era un hombre que prestaba dinero a los labradores y luego embargaba sus propiedades con sucias tretas; el blanco era un molinero que robaba muchos sacos del molino de su señor; el negro era un viejo ermitaño que engañaba a la gente; el amarillo era un juez corrupto; el azul, un tabernero; el verde, un señor de muchas tierras que deshonró y se aprovechó de muchas jóvenes y el naranja era un hijo que por odio pegaba a sus padres. .
Ni siquiera las Anjanas tienen poder ante sus galopadas y la única manera de estar a salvo de los "caballucos" del diablo es hacer siete cruces en el aire antes de que se acerquen... pero... como son tan veloces... en ocasiones, no da tiempo... por lo que la gente recurre a otro procedimiento que también los ahuyenta... y que consiste en llevar encima una ramita de verbena... la hierba sagrada que ahuyenta todo mal y que hay que haber cogido del campo la madrugada de la noche de San Juan del año anterior.
Su maldad llega tan lejos... que incluso se llegan a comer todas las flores de agua que ven y todos los tréboles de cuatro hojas... saliendo de sus recónditas cuevas sólo una vez al año... la noche de San Juan... y recorriendo incansables todos los bosques... ¿Qué por qué hacen esto?... Como es bien sabido... al día siguiente de la hoguera de San Juan... los mozos y mozas van a los bosques a buscar en las fuentes la flor del agua, que da el amor y la felicidad, y el trébol de cuatro hojas, qué sólo si se arranca en tal ocasión da a quien lo encuentra las cuatro gracias de la vida... una por cada una de sus hojitas: vivir cien años... no sufrir dolores en toda la vida... no pasar hambre... y pasar con ánimo sereno todo tipo de contrariedades... Puesto que los "caballucos" se lo comen... cuando los jóvenes salen a buscarlo... no encuentran ninguno...
Cuando al cabo de una noche de ininterrumpidas tropelías corriendo y volando por campos... caminos y aldeas, el amanecer les encuentra agotados y sudoroso, los "caballucos" del diablo desaparecen hasta el año siguiente a través de cuevas llenas de cuajarones de sangre... Al retirarse piafando y resollando dejan caer de sus fauces una babilla, que al enfriarse en el suelo, se convierte en barritas de oro... En Cantabria, todo el mundo sabe que quien recoge estas varitas va irremisiblemente al infierno... pero hay muchos ambiciosos incrédulos... que no hacen caso a tal admonición y antes de que amanezca ya andan con farolas buscándolas entre la hierba... Cuando vuelven de su afanosa búsqueda... se esconden entre los árboles para no ser vistos por los grupos de mozas y mozos que salen al campo saltando y cantando:
"A quien coja la verbena la mañana de San Juan no le dañarán culebras ni "caballucos" del mal."
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