Cuenta la leyenda que a finales del siglo XIX se trasladó a vivir a Guadalajara un extraño personaje. Sus ropas eran siempre de color negro y jamás se le veía salir de su casa durante las horas de sol. A la vez que el forastero se instalaba empezaron a descubrirse animales muertos, sin una sola gota de sangre en sus cuerpos y dos pequeñas marcas en sus cuellos. La población pensó que se debía a algún tipo de enfermedad epidémica y no dieron más importancia al suceso. A los pocos meses no fueron animales los que aparecieron exanguinados sino jóvenes de la ciudad. Además de la carencia total de sangre en sus cuerpos tenían las mismas marcas en sus cuellos que presentaban los animales.
Las desapariciones de los jóvenes tenían siempre lugar por las noches y sumando esto a las marcas y la falta de sangre de los cadáveres, se pensó en la existencia de un vampiro. Un grupo de valientes decidió atrapar al asesino y pusieron como señuelo a un joven voluntario. El vampiro cayó en la trampa y fue atrapado por el grupo. Resultó ser el misterioso forastero que vestía de negro y salía únicamente por las noches. Recabaron información sobre lo que había que hacer para dar muerte a un vampiro y se les aconsejó que se le clavase una estaca de madera en el corazón.
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