Érase una vez una virgen; una hermosa virgen, Luonnótar, hija de Ilma. Vivía, desde hacía largo tiempo, casta y pura, en medio de las vastas regiones del aire, de los inmensos espacios de la bóveda celeste.
Pero he aquí que un día comenzó a sentir el hastío de
las horas, a fatigarse de suvirginidad estéril, de su
existencia solitaria en las llanuras del aire, tristes y
desiertas.
Y
descendió de las altas esferas, y se lanzó en la
plenitud del mar, sobre la grupa blanca de las olas. Entonces
un viento impetuoso, un viento de tempestad, sopló de oriente;
el mar se hinchó y se agitó en oleajes.
La virgen fue arrastrada por la tempestad, flotando de onda en onda, sobre las crestas coronadas de espuma. Y el viento salobre vino a acariciar su regazo. Y el mar la fecundó.
Durante
siete siglos, durante nueve vidas de hombre, llevó la
carga de sugravidez. Y aquel que había de nacer no
nacía. Y aquel que nadie engendró seguía sin ver la
luz.
La virgen nada; nada hacia oriente y occidente, al noroeste y al sur, por las riberas del aire. Espantosos dolores le queman las entrañas. Pero aquel que había de nacer no nace y aquel que nadie engendró sigue sin ver la luz.
La virgen llora dulcemente y dice: "¡Ay, desdichada, qué tristes son mis días! ¡qué errante es mi vida, pobre de mí! ¡Siempre y en todas partes, bajo la inmensa bóveda del cielo, empujada por el viento, arrastrada por las olas en el seno de este vasto mar
sin límites! ¡Oh, Ukko, dios supremo3: tú que sostienes el mundo, ven a mí, socórreme! ¡Apresúrate a mi llamada! ¡Libra a esta doncella de sus angustias, a esta mujer del dolor de sus entrañas! ¡Ven, ay, acude pronto; tu ayuda se me hace necesaria más y
más!"
Un corto espacio transcurrió. Y de repente un águila de amplias alas tiende el vuelo. Surca los aires con estrépito, buscando un lugar para su nido. Vuela a oriente y occidente, vuela al noroeste y al sur, pero no encuentra un rincón donde construir nidal.
Vuela de nuevo; después se detiene; y piensa y medita: "¿Qué lugar elegiré, el viento o el mar? El viento derribará mi casa, el mar la tragará". Y he aquí que entonces la virgen del aire levantó su rodilla por encima de las olas, ofreciendo así al águila un lugar para su nidal bienamado. El águila ilustre suspende el vuelo; divisa la rodilla de la hija de lima y la toma por una verde colina, por un cerro de fresco césped. Lentamente vacila en el aire. Al fin, se lanza sobre la punta de la rodilla y allí construye su nido. Y en ese nido deposita seis huevos. Seis huevos de oro y un séptimo de hierro.
El
águila se pone a incubar sus huevos, un día y otro
día, y casi un tercer día.Entonces la hija de lima
sintió un calor ardiente en su piel. Parecía que su
rodilla era una brasa, que todos sus nervios se derretían.
Y
replegó vivamente la rodilla, sacudiendo todos sus
miembros. Y los huevos rodaron al abismo y se estrellaron
contra las olas.
Pero
no se perdieron en el fango ni se mezclaron con el
agua. Sus pedazos se convirtieron en las más bellas
cosas. Así:
"De
la parte inferior de los huevos se formó la tierra,
madre de todos los seres; de su parte superior el sublime
cielo; de sus trozos amarillos el radiante sol; de sus trozos
blancos la luna resplandeciente; de las cascarillas jaspeadas
se hicieron las estrellas; y los trozos oscuros fueron
los nubarrones del aire".
Y el tiempo avanzó y los años se sucedieron, porque
el sol y la luna habían comenzado a brillar. Pero la
hija de lima continuaba errante todavía sobre la vastedad
del mar, sobre las olas vestidas de niebla. Debajo de ella, la
húmeda llanura; encima de ella, el claro cielo.
Y
al noveno año, en el décimo estío, levantó la cabeza
sobre las aguas y comenzó la creación en torno suyo.
Donde
tiende su mano, hace surgir promontorios; donde tocan
sus pies, cavan hoyos para los peces; donde se sumerge,
hace más profundos los abismos. Cuando roza de flanco la
tierra, aplana las riberas; cuando tropieza con ella su pie, nace
el socavón fatal para los salmones; cuando las golpea de
frente, abre los golfos.
Después
toma impulso y se interna en la alta mar. Allí crea
las rocas, y pare los escollos para el naufragio de los
navíos y la muerte de los marineros.
Ya
las islas emergen de las olas, los pilares del aire se
yerguen sobre sus bases, la tierra nacida de una palabra
despliega su masa sólida, las venas de mil colores aran
la piedra y esmaltan las rocas... Y Wainamoinen no ha nacido
todavía, el runoya de la
eternidad .
eternidad .
El
viejo, el impasible Wainamoinen, esperó en el vientre
de su madre durante treinta estíos, durante treinta
inviernos, sobre el inmenso abismo, sobre las olas nebulosas.
Meditaba
profundamente preguntándose en su interior cómo le
sería posible existir y pasar su vida en aquel sombrío
retiro, en aquella estrecha mansión, donde jamás ni el
sol ni la luna dejaban penetrar su luz.
Y
clamó: "¡Rompe mis ligaduras, oh luna! ¡libértame, oh
sol! Y tú, radiante ótawa, enseña al héroe a franquear
estas desconocidas puertas, estos infrecuentados
caminos, a salir de este reducto oscuro, de este abrigo
asfixiante. Conducid sobre la tierra al viajero, al
hijo del hombre bajo la bóveda del aire, para que pueda
contemplar el sol y la luna, y admirar el esplendor de
ótawa, y gozar la luz de las estrellas".
Pero la luna no rompió sus ligaduras, ni el sol le dio
la libertad. Entonces Wainamoinen sintió el hastío de
los días y la fatiga de su vida. Y golpeó vivamente la
puerta de la fortaleza, con el dedo sin nombre 6. Forzó
el muro de hueso con el dedo mayor del pie izquierdo, y
se arrastró con las uñas fuera del umbral, y sobre las
rodillas fuera del vestíbulo.
Y
ahora, helo ahí, sumergido en el abismo hasta la boca y
hasta la punta de los dedos. El poderoso héroe
continúa sometido al poder de la onda. Durante cinco años,
durante seis años, durante siete y ocho años, se
vio arrastrado de ola en ola. Al fin se detuvo en un cabo desconocido,
sobre una tierra desnuda de árboles.
Allí,
ayudándose con las rodillas y los codos, se irguió
cuan alto era, y se puso a contemplar el sol y la luna,
a admirar el esplendor de ótawa y a gozar la luz de
las estrellas.
Así
nació Wainamoinen, así fue revelado el ilustre runoya.
Una mujer lo llevó en su seno. La hija de lima lo
trajo al mundo.
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