En las márgenes del Hudson, a los pies de las altas montañas
encantadas de Kaatskill, hay una aldea fundada por los colonizadores de
la época de Peter Stuyvesant. En esta aldea, durante el reinado de Jorge
III de Inglaterra, vivía Rip Van Winkle, que estaba casado con una
mujer tan pendenciera y desagradable, que no le dejaba vivir. Cuando los
agrios sermones de su mujer le molestaban demasiado, Rip Van Winkle se
iba de su casa y vagaba por el pueblo, sin ocuparse de su granja. Pero
como ella no le dejaba en paz en ninguna parte, cogía a veces su
escopeta y se perdía en los bosques, seguido de su perro.
Así fue como un día subió hasta un picacho perdido en las montañas de Kaatskill, y cuando se disponía a volver a su pueblo, oyó una voz que le llamaba por su nombre.
—¡Rip Van Winkle! ¡Rip Van Winkle!
Miró a su alrededor, y vio venir a un hombre vestido a la moda de antiguos colonizadores holandeses, que llevaba sobre sus hombros un enorme barril. El aparecido le pidió ayuda, y Rip Van Winkle, que nunca se la negó a nadie, le ayudó a llevar el barril por extraños y perdidos caminos; de vez en cuando se oían ruidos extraños, como si tronase entre las montañas. Llegaron a una gran planicie.
Allí, varios hombres, vestidos a la antigua usanza holandesa, jugaban a los bolos. Rip Van Winkle ayudó al hombre del barril a dejarlo en el suelo y todos bebieron de el; después continuaron su juego, sin hacerle caso, y el ruido de los bolos era como el de los truenos entre las montañas. Entonces Rip Van Winkle decidió probar el líquido del barril, y era un vino tan bueno, que bebió una y otra vez hasta que el sueño lo venció y se quedó dormido.
Cuando despertó, se encontró en el mismo picacho donde había encontrado al holandés; su escopeta estaba enmohecida y vieja, y el perro había desaparecido. Bajó de las montañas apresuradamente; pero al entrar en su pueblo sólo encontró en el gentes desconocidas que le miraban con extrañeza. Entonces advirtió que estaba viejo y encorvado, y la barba le llegaba hasta los pies. Su casa estaba derruida y abandonada. Preguntó por sus antiguos vecinos: unos habían muerto, otros se habían ido del pueblo y sólo alguno quedaba por allí; su mujer también había muerto. Rip Van Winkle había dormido veinte años en las montañas encantadas de Kaatskill.
Y se dice que en estas montañas el descubridor del río, Hendrick Hudson, se entretiene de vez en cuando con su tripulación en jugar a los bolos, y que el ruido que hacen se oye como si rodasen los truenos en las montañas. Y desde que ocurrió esta aventura, cuando un marido es un Juan Lanas y su mujer le domina, dicen en el pueblo que debiera echarse un trago del vino de Rip Van Winkle.
Así fue como un día subió hasta un picacho perdido en las montañas de Kaatskill, y cuando se disponía a volver a su pueblo, oyó una voz que le llamaba por su nombre.
—¡Rip Van Winkle! ¡Rip Van Winkle!
Miró a su alrededor, y vio venir a un hombre vestido a la moda de antiguos colonizadores holandeses, que llevaba sobre sus hombros un enorme barril. El aparecido le pidió ayuda, y Rip Van Winkle, que nunca se la negó a nadie, le ayudó a llevar el barril por extraños y perdidos caminos; de vez en cuando se oían ruidos extraños, como si tronase entre las montañas. Llegaron a una gran planicie.
Allí, varios hombres, vestidos a la antigua usanza holandesa, jugaban a los bolos. Rip Van Winkle ayudó al hombre del barril a dejarlo en el suelo y todos bebieron de el; después continuaron su juego, sin hacerle caso, y el ruido de los bolos era como el de los truenos entre las montañas. Entonces Rip Van Winkle decidió probar el líquido del barril, y era un vino tan bueno, que bebió una y otra vez hasta que el sueño lo venció y se quedó dormido.
Cuando despertó, se encontró en el mismo picacho donde había encontrado al holandés; su escopeta estaba enmohecida y vieja, y el perro había desaparecido. Bajó de las montañas apresuradamente; pero al entrar en su pueblo sólo encontró en el gentes desconocidas que le miraban con extrañeza. Entonces advirtió que estaba viejo y encorvado, y la barba le llegaba hasta los pies. Su casa estaba derruida y abandonada. Preguntó por sus antiguos vecinos: unos habían muerto, otros se habían ido del pueblo y sólo alguno quedaba por allí; su mujer también había muerto. Rip Van Winkle había dormido veinte años en las montañas encantadas de Kaatskill.
Y se dice que en estas montañas el descubridor del río, Hendrick Hudson, se entretiene de vez en cuando con su tripulación en jugar a los bolos, y que el ruido que hacen se oye como si rodasen los truenos en las montañas. Y desde que ocurrió esta aventura, cuando un marido es un Juan Lanas y su mujer le domina, dicen en el pueblo que debiera echarse un trago del vino de Rip Van Winkle.
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