Los
mitos y leyendas de las diferentes culturas y religiones del mundo
tienen muchas similitudes, una muy interesante es que siempre nos
presentan a unos seres, los dioses, con una notable diferencia con
respecto al ser humano, una característica que siempre se ha ansiado:
los dioses son inmortales.
Pero, por las referencias a esta singularidad que se hacen en los textos, parece que
la inmortalidad era adquirida por los dioses mediante la ingesta de un
alimento o bebida ‘’mágicos’’ que les otorgaría el don de la larga vida,
en lugar de una propiedad inherente a la esencia de estos seres. ¿Qué sería en realidad este alimento?
En la
antigua Grecia se conocía como
Ambrosía,
palabra que significa literalmente ‘’inmortalidad’’. Una sustancia
consumida por los dioses mediante la cual obtenían la inmortalidad y
que, entre otros beneficios, era capaz de curar enfermedades y otorgar
juventud.
Sólo las entidades divinas tenían permitida su ingesta, negándola a los hombres, quienes debían de permanecer mortales.
Aunque si algún mortal tenía la fortuna de conseguir el permiso de los
dioses para poder probar del codiciado manjar, en ocasiones se convertía
en un semidiós o conseguía grandes dotes como una exagerada fuerza
física.
La supervivencia de los antiguos dioses parecía depender de la ingesta de esta mágica sustancia.
Aparece por primera vez en esta mitología en el relato del nacimiento
del dios Zeus dónde se nos cuenta que esta mágica sustancia proviene de
los cuernos de la ninfa Amaltea, que se representaba como una cabra.
Antes de la aparición de la Ambrosía, se menciona que los dioses se
alimentaban inhalando los vapores que desprendían los cuerpos de sus
enemigos al morir.
Una de las referencias a la ambrosía o néctar, la encontramos en la Ilíada, Canto IV:
‘’Sentados en el áureo pavimento a la vera de Zeus, los dioses
celebraban consejo. La venerable Hebe escanciaba néctar, y ellos
recibían sucesivamente la copa de oro y contemplaban la ciudad de
Troya’’.
Famoso cuadro de Ingres en el que aparece Tetis rogando a Zeus que otorgue la inmortalidad a su hijo Aquiles.
Muy similares son las referencias al alimento de los dioses en la
mitología nórdica.
Aquí, Idún, una diosa que no había nacido y no moriría, prometió al
resto de dioses al llegar a Asgard un bocado diario de los mágicos
frutos de la inmortalidad que ella custodiaba. Así
los dioses no envejecían ni enfermaban.
Estos frutos, representados como manzanas doradas, eran guardados con
mucho celo en un cofre mágico o ‘’eski’’ y no se permitía que ninguna
otra raza probara de ellos.
En la sección XXVI del texto Gylfaginning leemos:
“Su mujer es Idún: ella custodia en su cofre de ceniza esas
manzanas que los dioses deben probar ya que de no hacerlo, envejecerán; y
así todos tornan jóvenes, y así ha de ser hasta el destino de los
dioses’’.
Es interesante leer como, en una ocasión, Loki decide robar estos
frutos para llevarlos al reino de los gigantes secuestrando a Idún.
El resto de los dioses, al verse privados del alimento, comenzaron a envejecer. Así se relata en el Skáldskaparmal:
“Los dioses enfermaron con facilidad debido a la desaparición de
Idún, envejecieron y su cabello encaneció. Se reunieron en concilio y
preguntaron unos a otros quién fue el último que hubiera visto a Idún’’.
También en la
mitología celta se relaciona con la inmortalidad un fruto muy similar representado como una manzana dorada.
Vemos la presencia de esta mágica sustancia en el folklore alrededor de todo el mundo.
En la
antigua China son varias las referencias a
distintos alimentos divinos capaces de otorgar una extrema longevidad o
la inmortalidad. La diosa taoísta Xiwangmu habitaba en un palacio
celeste en donde se cultivaban las ‘’hierbas de la inmortalidad’’ y se
criaban los ‘’peces de la larga vida’’. En este palacio se reunían
los dioses; invitados a los que ella servía los melocotones de la inmortalidad, que crecían en su huerto y que maduraban cada 3.000 años.
En otra vertiente del taoísmo aparecen unos seres conocidos como
‘’los 8 inmortales terrenales’’
cuyas leyendas relatan cómo acabaron consiguiendo el don la
inmortalidad. Por ejemplo, Chung Li Chuan dio con el mágico elixir
mientras meditaba en las montañas como un premio que le fue otorgado en
forma de pastilla guardada en una pequeña caja de jade; otro inmortal,
Han Xiangzi, subió al árbol del cual crecían los frutos de los dioses,
al bajar ya era inmortal.
En ocasiones, la bebida de los dioses, entre otras características, también tenía la facultad de embriagar, este es el caso del
Amrita en el hinduismo, también conocido como
Soma en el antiguo vedismo.
En este mito, los dioses estaban perdiendo la inmortalidad por lo
que, con ayuda de algunos demonios o ‘’asuras’’, batieron el mar de
leche, que rodea el mundo en esta cosmogonía, hasta que dieron con el
preciado néctar.
Representación de los dioses hindúes batiendo el océano de leche ayudados por demonios y una enorme serpiente.
En el Rig Veda 8.48.3, se dice:
‘’Hemos bebido Soma y por ello, nos hemos vuelto inmortales,
hemos obtenido la luz que los dioses descubrieron. Ahora, ¿qué puede la
malicia de nuestros enemigos hacer para dañarnos? ¿Qué? ¡Oh inmortal!
Engaño del hombre mortal’’.
Muchas culturas han relacionado la inmortalidad con la luna, así Soma es en India un dios antropomórfico identificado con ella y en lugares como
China, Japón y Corea existe la figura del
‘’conejo lunar’’
al que se le representa trabajando en un mortero mientras mezcla el
divino elixir; este ser es además el compañero de Chan’e, una diosa que
reside en la luna ya que en una ocasión que bebió demasiado elixir, éste
le hizo flotar hasta ella.
El alimento de los dioses podría requerir de una preparación previa.
El ejemplo más claro del néctar de la inmortalidad de los dioses y de
la incesante lucha del hombre mortal por obtenerlo, aparece en la obra
épica más antigua conocida:
‘’La epopeya de Gilgamesh’’. En este relato se presta especial atención a la mortalidad humana frente a la inmortalidad divina.
Gilgamesh, rey de Uruk, era en parte descendiente de dioses y en
parte humano. Aun así, era mortal. Este rey severo y en ocasiones
déspota, tenía un excesivo afán de gloria y
se creía con derecho de nacimiento a gozar de la inmortalidad de los dioses debido a su linaje.
Como respuesta ante las quejas del pueblo, la diosa Ninhursag creó un
‘’hombre salvaje’’: Enkidu, para que tratara de vencer al rey en
combate pero, por una serie de acontecimientos, Enkidu y Gilgamesh
acabaron convirtiéndose en grandes amigos. Es entonces cuando los dioses
decidieron acabar con la vida de Enkidu y
la muerte de su querido amigo se convirtió en la motivación de Gilgamesh para la búsqueda de la inmortalidad, para lo cual emprendió un viaje en busca de Utnapistim (en acadio) o Ziusudra (en sumerio) y su mujer. Esta pareja, eran
los únicos seres humanos que sobrevivieron al diluvio universal y a quienes los dioses había otorgado la inmortalidad que tanto ansiaba el rey. Muchos personajes intentaron disuadirle de tan atrevida empresa:
‘’Nunca podrás encontrar la inmortalidad, ya que los dioses la
reservan para ellos mismos y a los hombres les reservaron la muerte’’.
Tablillas de Berlín y Londres. Conversación de Gilgamesh con Siduri.
Gilgamesh no podía concebir la injusticia de su mortalidad mientras convivía con seres inmortales.
Cuando, después de muchas aventuras en el devenir de sus viajes,
Gilgamesh finalmente dio con la pareja, Utnapistim trató de disuadirle
también diciéndole que su intento es inútil. Aunque acabó
compadeciéndose y
le habló de una planta que se encontraba en el
fondo del océano con la capacidad de hacerle joven de nuevo. Un secreto
de los dioses.
‘’Una planta, su aspecto es como el de un espino; su púa como la
de la rosa silvestre. Si tu mano se hace con esta planta, podrás, con
ella, recobrar tu brío’’.
Tablilla XI: 283-285
Gilgamesh finalmente encontró la planta pero le fue robada por una
serpiente que la devoró y en el momento en el que lo hizo, mudó su piel.
Y una serpiente es también quien tienta a Eva para comer el fruto del árbol prohibido en el jardín del Edén:
‘’Y dijo Jehová: He aquí que el hombre es como uno de nosotros,
sabiendo del bien y del mal; ahora, pues, que no alargue su mano y tome
también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre’’.
Gen 3:22
Muy interesante resulta, en este aspecto, el correspondiente sumerio cuando en
el mito de Adapa,
éste es aconsejado por el dios Enki, su creador, que no aceptara
ingerir nada que le fuera ofrecido por el dios supremo Anu; ya que Enki
temía que si Adapa el hombre no fuese del agrado de Anu, éste tratara de
envenenarle. Todo lo contrario, Anu quedó gratamente impresionado por
la nueva creación por lo que
ofreció a Adapa la comida y la bebida de la inmortalidad que el hombre rechazó tal y como le fue aconsejado hacer.
El dios Anu recibiendo a Adapa, el primer hombre.
Referencias a un mágico brebaje o alimento divinos aparecen en una
infinidad de textos antiguos y en tradiciones orales de muchas
comunidades por todo el mundo. Existen menciones en el zoroastrismo, en
el antiguo Egipto, en textos como el Corán y, por supuesto, en
la disciplina alquímica que, desde hace siglos, ha tratado de dar con
la piedra filosofal
y, por tanto, con el ‘’elixir de la vida’’, la eterna juventud y la
inmortalidad. Quién sabe si algún estudioso alquimista no acabará
lográndolo o, tal vez, los propios dioses, fueron alquimistas ellos
mismos.
Resulta curioso como, según el mito, al ser humano se le niega la
inmortalidad por orgullo y codicia de los dioses mientras que, en
ocasiones, el hombre se ve privado de tal don como castigo por alguna
mala acción cometida, o eso es lo que le hicieron creer.
¿Sería la piedra filosofal una sustancia que pudiera ser consumida por el ser humano?
En cualquier caso, los dioses siguen siendo inmortales a nuestros
ojos y el ser humano continúa siendo mortal. No se hace difícil imaginar
la rabia que pudo sentir Gilgamesh al ver cómo le era negado algo que
para los dioses frente a él, era normal:
“¿Cómo voy a permanecer en silencio? ¿Cómo voy a callarme? Mi
amigo, al que amo, se ha convertido en barro, Enkidu, mi amigo, al que
amo, se ha convertido en barro.
¿No terminaré siendo como él, y cómo él también yaceré para nunca levantarme por toda la eternidad?’’.
Tablilla X: 67-71