HISTORIA DE LA MALDICION DE LOS PIRATAS En un tiempo, grandes cantidades de buques vascos, surcaban los mares, ya sea como barcos balleneros, como simples pescadores, o los que trasladaban mercancías de uno a otro sitio del mundo. Pero esta actividad era terriblemente peligrosa, por los piratas que asolaban las rutas de navegación.
Como hemos comentado en otras ocasiones, los barcos vascos llevaban en toldilla (en popa) un importante lugar con un altar votivo donde se quemaba albahaca, romero, se mantenía una llama encendida todo el tiempo, mas una infinidad de rituales de protección.
Los piratas acechaban día y noche, especialmente en sitios cercanos a la costa, donde la probabilidad de una colisión contra los arrecifes era enorme, lo que dificultaba los movimientos y las maniobras evasivas, facilitando los abordajes.
Hubo en aquellos días una escuadra de piratas de lo que hoy llamamos Portugal, capitaneada por un joven llamado Vinicius, y otra tan famosa como la anterior, capitaneada por una mujer proveniente de lo que hoy se llama España. Ella se llamaba Ana y era extremadamente cruel, violenta y agresiva.
Hubo un día en que una de las escuadras vascas, compuesta por cuatro barcos mercantes, salía de lo que hoy conocemos como Saint Jean de Luz, y a derecha apareció Vinicius con tres buques, mientras que a la derecha Ana con cuatro barcos artillados.
Los barcos mercantes, no estaban artillados, y tenían carga completa. Esto los hacía extremadamente vulnerables a los ataques, ya que maniobrar con carga completa y con la mitad de los marineros ocupados en prepararse para evitar el abordaje, el resto de la tripulación, no hacia abasto para mover velas y amarras.
Finalmente, cuando las dos escuadras piratas, se atacaron entre sí, hasta que Vinicius ganó la batalla, tomando prisionera a Ana. Ahora el capitán triunfante tenía cuatro barcos más, y la prisionera más bella de todas las mujeres piratas. Tal vez por su situación, o quizá por simple “flechazo”, pero se enamoraron perdidamente. Tanto que entre ambos formaron la escuadra más grande y terrorífica de aquellos tiempos.
Atacaban cuanto buque se les cruzara en su derrota y eran implacables. Pero en ocasión de dirigir su violencia contra un mercante vasco, el capitán hizo quemar albahaca y romero, puso su seguridad en manos de Mari. Y aprestó su tripulación para evitar el abordaje.
La batalla fue encarnizada, el mercante estaba a carga completa, pero su capitán puso a todos sus hombres a defenderlo.
Era una pelea injusta, casi no tenía sentido presentar batalla, pero aquel capitán era un hombre de fe. Cuando ya el abordaje era un hecho, salieron del mar decenas de lamiak mitad mujer, mitad pez. Estas comenzaron a chillar ensordecedoramente, y trajeron varios calamares gigantes que engulleron los barcos piratas, dejando solo dos de ellos, cada uno con sus capitanes a bordo: Vinicius y Ana.
La más antigua de las lamiak maldijo a la pareja con un hechizo mediante el cual, sus naves no podían acercarse jamás, solo un día al año, podían bajar a tierra ambos capitanes y por la noche debían reembarcar cada uno en su barco y esperar un amor mas para poder verse.
Luego de esta historia, los vascos, casi no tuvieron que lamentar ataques piratas en muchos años, y todos tenían en popa el altar en honor a Mari, la salvadora. Y en la mayoría de ellos, colocaban en la proa un mascaron con la silueta de una lamia, en agradecimiento por su cuidado. Desde entonces se pusieron de moda, los mascarones de proa de todos los barcos
Como hemos comentado en otras ocasiones, los barcos vascos llevaban en toldilla (en popa) un importante lugar con un altar votivo donde se quemaba albahaca, romero, se mantenía una llama encendida todo el tiempo, mas una infinidad de rituales de protección.
Los piratas acechaban día y noche, especialmente en sitios cercanos a la costa, donde la probabilidad de una colisión contra los arrecifes era enorme, lo que dificultaba los movimientos y las maniobras evasivas, facilitando los abordajes.
Hubo en aquellos días una escuadra de piratas de lo que hoy llamamos Portugal, capitaneada por un joven llamado Vinicius, y otra tan famosa como la anterior, capitaneada por una mujer proveniente de lo que hoy se llama España. Ella se llamaba Ana y era extremadamente cruel, violenta y agresiva.
Hubo un día en que una de las escuadras vascas, compuesta por cuatro barcos mercantes, salía de lo que hoy conocemos como Saint Jean de Luz, y a derecha apareció Vinicius con tres buques, mientras que a la derecha Ana con cuatro barcos artillados.
Los barcos mercantes, no estaban artillados, y tenían carga completa. Esto los hacía extremadamente vulnerables a los ataques, ya que maniobrar con carga completa y con la mitad de los marineros ocupados en prepararse para evitar el abordaje, el resto de la tripulación, no hacia abasto para mover velas y amarras.
Finalmente, cuando las dos escuadras piratas, se atacaron entre sí, hasta que Vinicius ganó la batalla, tomando prisionera a Ana. Ahora el capitán triunfante tenía cuatro barcos más, y la prisionera más bella de todas las mujeres piratas. Tal vez por su situación, o quizá por simple “flechazo”, pero se enamoraron perdidamente. Tanto que entre ambos formaron la escuadra más grande y terrorífica de aquellos tiempos.
Atacaban cuanto buque se les cruzara en su derrota y eran implacables. Pero en ocasión de dirigir su violencia contra un mercante vasco, el capitán hizo quemar albahaca y romero, puso su seguridad en manos de Mari. Y aprestó su tripulación para evitar el abordaje.
La batalla fue encarnizada, el mercante estaba a carga completa, pero su capitán puso a todos sus hombres a defenderlo.
Era una pelea injusta, casi no tenía sentido presentar batalla, pero aquel capitán era un hombre de fe. Cuando ya el abordaje era un hecho, salieron del mar decenas de lamiak mitad mujer, mitad pez. Estas comenzaron a chillar ensordecedoramente, y trajeron varios calamares gigantes que engulleron los barcos piratas, dejando solo dos de ellos, cada uno con sus capitanes a bordo: Vinicius y Ana.
La más antigua de las lamiak maldijo a la pareja con un hechizo mediante el cual, sus naves no podían acercarse jamás, solo un día al año, podían bajar a tierra ambos capitanes y por la noche debían reembarcar cada uno en su barco y esperar un amor mas para poder verse.
Luego de esta historia, los vascos, casi no tuvieron que lamentar ataques piratas en muchos años, y todos tenían en popa el altar en honor a Mari, la salvadora. Y en la mayoría de ellos, colocaban en la proa un mascaron con la silueta de una lamia, en agradecimiento por su cuidado. Desde entonces se pusieron de moda, los mascarones de proa de todos los barcos
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