Puertas chirriantes; objetos en estrepitosas removidas; ventanas golpeántes; pasos en la oscuridad; apariciones evanescentes; sombras tenebrosas, asechos invisibles y otros sucesos aun más desconcertantes y peligrosos, suelen ocurrir en ciertas casas que en la memoria popular han quedado registradas como, “embrujadas”. Cuando la sabiduría, la experiencia y el conocimiento sucumben, bajo el impacto poderoso del miedo, invaden estas recias visiones espeluznantes, capaces llevar del terror a la locura. Pero no estamos tratando de un miedo cualquiera, sino con un pánico generador de las más perversas escenas y acontecimientos, que tienen el inaudito poder de convertir en paralizados testigos impotentes, a quienes han pasado por el horror de presenciarles.
Aspiran así los miedos interiores nacidos del hombre, a conservar indefinidamente su dominio sobre esta “debilidad” de la especie humana. Emergen entonces, desde lo más recóndito del inconsciente colectivo, en esta difusa frontera entre lo fantástico y lo desconocido, figuras, espacios y acontecimientos que persisten con insistencia en hacernos creer en una profunda incapacidad para enfrentarnos por nosotros mismos, contra la violenta y sorpresiva acción de las llamadas “fuerzas del mal”, convirtiéndonos en aterrorizados espectadores, o en reprimidas víctimas.
En Cuba, a lo largo y ancho de nuestra reverdecida e insular geografía, hemos tenido también nuestras “casas embrujadas”. O por lo menos, de esta manera solíamos llamarles los cubanos de todas las épocas a ciertas viviendas, estuviesen habitadas o no, en las cuales sucedían estos fenómenos ahora llamados “paranormales”. La memoria popular aun les conserva en algún apartado y oscuro lugar de un imaginario social que ya va apagándose, al involucrarse con los nuevos miedos actualizados, llegados mucho más frescos, horripilantes y perturbadores, desde las desconocidas interioridades de un inconsciente colectivo ciertamente urgido a identificarse más cada día, con los apremiantemente terribles acontecimientos del aquí y del ahora, que con la rememoración de aquellos antiguos y obsoletos sucesos terroríficos del pasado.
Gracias a nuestros inapreciables investigadores, Manuel Martínez Moles, Samuel Feijóo y René Batista Moreno, han llegado hasta nosotros curiosas, interesantes y antiguas leyendas de casas embrujadas, aquí dispuestas en apretada selección, desde la cual nunca podríamos resumir, ni siquiera de manera esquemática, el imaginario popular de toda una época sobre tan manipulado tema. Pero al menos, algunos atisbos y conjeturas podrían llegar a percibirse, por quienes nunca tuvieron la escalofriante oportunidad de tan terrible experiencia.
No pocos de estos acontecimientos se producen en lugares apartados y solitarios. Los ambientes rurales siempre fueron escenarios preferidos para la ocurrencia de tales sucesos, de manera que sería bueno aclarar, sobre cierta expresión de las sencillas gentes del campo, quienes a veces tienen su propia manera de nominar estos incomprensibles aconteceres. Por ejemplo, cuando el campesino cubano decía: “en aquella casa “habían echado magia”, se refería a que allí ocurrían cosas terroríficas que habían sido provocadas por “alguien”, con la capacidad para atraer hacia el lugar, aquellos horrendos acontecimientos. Pero no solo los ambientes agrestes se prestaban para el surgimiento de estos imaginarios colectivos, también los contextos citadinos podían cargarse de narraciones como las seleccionadas en esta peculiar relación, conteniendo antiguas leyendas de casas embrujadas en la memoria popular.
El Pasaje de Juan Oquendo
En la barriada denominada “El Condado”, de la ciudad de Santa Clara, existió un pasaje antiguamente llamado “de Juan Oquendo”, ubicado entre las calles Toscano y Serafín Sánchez. Decían, que el antiguo dueño era un negro congo ya fallecido, quién hacía la vida imposible a los que intentaban vivir ahí. Según dejó constancia el experimentado investigador Samuel Feijóo, en su obra
Mitología Cubana (edición del 2007), el dibujante y pintor de Santa Clara, Adalberto Suárez recogió en 1975 los sucesos acontecidos años atrás en el mencionado Pasaje, al entrevistar a uno de sus moradores llamado Rafael Hernández, quien al citado entrevistador le contó: “que en el año 1952, estando viviendo en uno de esos cuartos, como a las ocho de la noche sintió le propinaron un galletazo, y no vio a nadie. Asegura no fue pesadilla porque estaba bien despierto”. (1) Afirmaba que, a quienes se han mudado para ahí, siempre terminaba por pasarles algo terrible. Y brinda constancia de ello cuando relata: “una mulata lindísima vivía en un cuarto de estos, y un día sin más acá ni más allá, hubo de darse candela completa, nadie sabe cómo fue, ni porqué; otro día, una madre sale a la calle y deja a los muchachos en el cuarto, y sin haber llegado a la esquina, uno de ellos regó alcohol a sus hermanitos y les dio candela; después otra muchacha, también intentó suicidarse con candela, pudieron salvarla, pero quedó en muy malas condiciones; a otra se le quemó una niña, que luego murió. Todo esto ocurrió, en esos mismos cuartos. No hace mucho (1952), una señora que vino a vivir ahí, le explotó la caldera de presión, y estuvo ingresada en el hospital como dos meses, y en cuanto supo lo ocurrido allí, se mudó. Y uno de los últimos llegados a vivir ahí, sufrió quemaduras en las piernas”. (2)
La casa de los Lara
En provincia de Villa Clara, en un sitio llamado Remates de Ariosa, “en La casa de los Lara, algunos oían llorar niños que nunca aparecían. También ocurría mientras se cocinaba, si salía la persona a algún lugar fuera de la vivienda, cuando regresaba casi siempre encontraban los calderos fuera del fogón, o llenos de aguacates movidos. En cierta ocasión, vino a esa casa un señor llamado Roberto Perdomo, quién presumía de guapo y usaba revólver, para demostrar no tener miedo a ninguna magia. Estando sentado en el portal, dio contra la pared un seboruco tal, que el susodicho se paró y emprendió retirada al momento”.(3)
La casa de San Félix número 13
En su libro,
Tradiciones, leyendas y anécdotas espirituanas (La Habana, 1931), el entrañable investigador cubano Manuel Martínez Moles, recogió esta interesante narración sobre una casa embrujada en Sancti Spíritus: “Se hallaba habitada por los morenos Pedro y Joaquina Valle, que vivían allí desde hacía dos años, y por la joven O. G. con un niño de dos meses, quienes sólo hacía ocho o diez días ocupaban aquel aposento y un cuarto contiguo al mismo. La morena Joaquina participó al señor Alcalde Municipal, el martes último como a las seis de la tarde, habían empezado a lanzar algunas piedras al interior de su casa, agregando que aun cuando las piedras caían tanto en la sala y comedor como en los cuartos, no habían podido descubrir de dónde venían”. (4)
Cuentan como el señor Alcalde se presentó en el lugar acompañado de dos parejas de guardias municipales, hizo practicar un minucioso registro y mandó a cerrar puertas y ventanas. También colocó una de las parejas afuera, para establecer vigilancia en el exterior de la vivienda. “Al cuarto de hora, sintieron caer junto a la joven dos fragmentos de tejas, sin darse cuenta ninguno de los presentes, la dirección de dónde salieron. Fueron examinados minuciosamente los puntos de unión del techo correspondiente al lugar, y no hubo señal de desprendimientos, tanto más cuanto por su tamaño, indicaban imposibilidad física de esta supuesta procedencia. Un momento después, fueron escuchados en el aposento dos golpes apenas perceptibles, como producidos por pequeños cuerpos cayendo en el centro de la habitación. El brigada fue a reconocer y al acercarse a la puerta entre el aposento y el cuarto en cual descansaba el niño, sintió un cuerpo duro y pesado, rozándole ligeramente las manos, que llevaba cruzadas hacia atrás, y la pierna derecha, produciendo un ligero golpe cuando caía al suelo. Era un pedazo de ladrillo de tres libras de peso”…; “así, otras piedras y fragmentos estuvieron cayendo en varias direcciones, hasta que el Alcalde mandó retirar definitivamente a la muchacha para otra casa del vecindario, y desde aquel momento cesaron las piedras y los golpes”. (5)
Casa embrujada en Camajuaní
Rigoberto Valdés, de 52 años de edad y residente en la Finca Lolita, refiere como sucedían cosas increíbles en casa del tío de su padre: “la máquina de coser, funcionaba sola de noche; los sillones se mecían; algunos objetos caían al suelo, pero cuando la gente se levantaba y encendía la luz, todo permanecía tranquilo e inalterable. Después, era visto una especie de mono, meciéndose en la cadena del pozo, pero al mirarlo la gente, se lanzaba adentro del reservorio de agua. En una ocasión secaron el pozo y el mono no apareció. Aunque después, volvía a engancharse de la cadena”. (6)
La casa embrujada de Terencio Piña
Ángel Masdidedo, de 83 años de edad y vecino de Alquízar, poblado situado al suroeste de La Habana, refiere: “todos me advirtieron que no me mudara para la casa de Terencio Piña, pero el mismo día de vendida la finca me fui para allá. Por la noche, poco después de acostarnos, sentí los pasos de un hombre caminando por la casa, tirando todos los tarecos al suelo. Nos despertamos, yo salí con la escopeta y vi a un hombre alto, vestido de blanco, al quien no se le podía ver la cara. Abrió la puerta, salió corriendo y se tiró en el pozo. Hizo esto todas las noches durante quince días, hasta que me di cuenta, estaba señalando algo en el pozo. Al otro día me metí, nadé hasta el fondo y saqué una caja de metal llena de monedas de oro. Era el misterio de aquella casa, porque luego de esto, el muerto no salió más”. (7)
La casa de Guajabana
En esta ocasión, un señor llamado Luis Moreno, le cuenta a nuestro investigador, René Batista Moreno lo ocurrido en esta vivienda de Guajabana, localidad cercana al poblado de Remedios, en la provincia de Villa Clara: “Aquella casa hacía mucho tiempo que estaba vacía, entonces me llevé a Ofelia y la metí allí. Se decía que salían cosas malas allí, y que el dueño la había abandonado por eso. Esa noche me acuesto y como a eso de las doce me entran a piñazos, primero por la cabeza, luego por la barriga, me levanto, me dan otra tunda más, y a mi mujer también. Enciendo la linterna, alumbro y no veo nada. Apago y comienzan los golpes, me dolían mucho, nos daban a matarnos. Salimos corriendo y llegamos a casa de Panchito Ruiz, que vivía como a cien metros de la casa. Nos miramos en un espejo y no nos vimos nada, porque pensamos que teníamos la cara desfigurada. Por la mañana contamos todo a los vecinos de allí, y ellos acordaron darles candela al lugar. Mientras estaba ardiendo, se oían muchos gritos..., y cuando al fin se cayó, un humo azul se vio salir de la casa”. (8)
La escalera hasta “el más allá”
La mayor parte de las personas suelen vivir ocupadas en sus problemas cotidianos y nada más allá, del aquí y ahora les es dado ver. Pero hay otras que a pesar de tenerlos también, incluso más agudos y tremendos, parecen estar investidos de esa extraña y exótica percepción insondable, para captar “otro reino”, situado “más allá” de nuestro espacio y tiempo. Es muy cierto que nada hasta ahora ha indicado, la existencia concreta y auténticamente comprobada de otros niveles de realidad, ni mucho menos "otras dimensiones" habitadas por entes no humanos. Pero casi todos los estudiosos de las ciencias relacionadas con el hombre como ser social, han llegado curiosamente a la maravillosa conclusión que, para lograr la supervivencia de cualquier especie, es necesario ésta tenga un determinado número de individuos poseídos por cierto impulso, capaz de llevarles “más allá” de las simples y cotidianas necesidades diarias.
En la actualidad, mucho se ha llegado a saber sobre las causas de estas percepciones y emociones del más supremo horror, y las diversas reacciones que causan en las distintas personalidades en las cuales solemos “repartirnos” los humanos. No pocos han llegado a creer, que la personalidad posee un secreto desván “supraconsciente”, estructurado en muchos planos, y para llegar a ellos en función de estudiarles, hay una escalera imaginaria capaz de alcanzar por encima del nivel de la conciencia. Mas con tal herramienta ocurre, que está apoyada sobre una superficie cubierta del “material escurridizo” acumulado de manera clandestina en el subconsciente, lo cual inevitablemente la irá resbalando, hasta provocar la caída de quien se aventure a subir. De más estaría recordar, que mientras más alto se llegue, más peligrosa será la caída.
De esta manera sublime, “más allá” de lo de lo aprendido, cotidiano y por ello seguro, ha continuado abriéndose ante los humanos lo ignoto, casi siempre suministrador por excelencia de verdaderas situaciones límites. El hombre continuará sintiendo ese tímido impulso a sondear los abismos, pero su aprensión y desconfianza, le confirmarán que esas honduras podrían engullírselo. El horror solo tiende a sembrar espanto. A pesar de lo cual siempre será buscado por aquellos privilegiados de nuestra especie. Precisamente por los poseídos de aquel “impulso” capaz de llevarles a ver “más allá”, tal y como es muy posible haya sucedido, tan solo hace unos minutos atrás, cuando esos indagadores ojos leyentes actuales de estas líneas, transmitieron al desván supraconsciente del lector, o la lectora, el “impulso” de atreverse a “sondear los abismos” sugeridos por estos sencillos y antiguos relatos cubanos, de casas embrujadas en la memoria popular.