viernes, 28 de noviembre de 2014

 
Es un recipiente ritual de plata encontrado en Himmerland, Dinamarca, en 1891. Se encontró desmontado en varias piezas, que Sophius Muller reconstruyó para lograr el caldero tal y como se ve en la foto. Su particular interés se debe a ser la mayor pieza arqueológica de la Edad del Hierro europea (42 cm de altura, 69 de diámetro). Fechado en torno al I-II a. C., se le relaciona con las culturas célticas de Europa central, dentro del periodo de La Tène
 
En un panel interior aparece, rodeado por animales, una figura con cuernos de ciervo sentado en la "posición del loto" llevando un torque en una mano (además de otro en el cuello) y una serpiente con cuernos en la otra. Esta sería la representación del dios Cernunnos, relacionado con la fertilidad, la regeneración ctónica (perteneciente a la tierra) y la abundancia. Es considerado asimismo el amo de los animales salvajes, sean terrestres o acuáticos.
 
En otro panel, denominado panel C, podemos ver una gran figura barbada sujetando una rueda rota. Otra figura más pequeña aparece saltando a su lado y agarrando el borde de la misma rueda. Bajo esta figura aparece la serpiente con cuernos. Se cree que la figura barbada podría ser Taranis, el dios atronador (se puede ver fácilmente la relación entre taran, trueno, y Thor), mientras que la figura saltarina se identificaría con el dios Dagda, dios principal de la mitología celta, armado con una porra mágica cuyo extremo podía matar nueve hombres de un golpe mientras que el mango devolvía la vida, y un arpa de roble que controlaba el orden de las estaciones.
 
Otro de los paneles, el panel E (hay más, pero sólo veremos los principales) está dividio en dos registros. En el registro inferior aparece una línea de soldados llevando lanzas y escudos, acompañados por músicos de carnyx (un instrumento musical alargado de viento, tocado por los tres personajes más a la derecha del registro inferior), marchando hacia la izquierda, donde un gran hombre, del doble de tamaño que los demás, sumergiendo a un hombre en un caldero. En el registro superior, los guerreros a caballo marchan en dirección contraria a los de abajo. El caldero es uno de los atributos de Dagda, por lo que se cree que el hombre más grande sería él, que sumerge a los guerreros como un rito de iniciación.
 
El hecho de que Dagda aparezca más grande no quiere decir necesariamente que los celtas le vieran tan grande, sino que responde a una antigua técnica conocida como perspectiva jerárquica, donde el personaje más importante de la obra es al que se le da mayor tamaño. Esta técnica ya aparece en relieves sumerios como la placa perforada de Ur-Nanshe, rey que gobernó Lagash hacia el siglo XXVI a. C.
 

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Hecate


Hecate es una diosa con origen arcaico y muy compleja y misteriosa puesto que sus atributos fueron cambiando con el tiempo, siendo asimilada con otras diosas.
Hesíodo la presenta como hija de Asteria y Perses, descendiente directa de la generación de la los Titanes e independiente del panteón Olímpico.
Zeus reconoce sus poderes y sus antiguos privilegios. Extendía su benevolencia a todos los hombres concediendo los favores que se le piden en todos los ámbitos (prosperidad material, don de la elocuencia, victoria en las batallas y juegos, etc) pues su poder es inmenso.
Con el tiempo, la anterior Hécate se difumina y aparece una Hécate oscura e inquietante vinculada al mundo de las sombras. A diferencia de Artemis, que representaba la luz lunar y el esplendor de la noche, Hécate representaba su oscuridad y sus terrores.
Se creía que, en las noches sin luna, ella vagaba por la tierra con una jauría de perros fantasmales y aulladores que precedían su aparición. Ella enviaba a los humanos los terrores nocturnos, apariciones de fantasmas y espectros como Empusa, que comía carne humana, tenía un pie de bronce, presentaba toda clase de formas y se aparecía especialmente a niños y mujeres para asustarlos.
Hecate era la diosa de la hechicería y lo arcano, y la veneraban especialmente magos y brujas, quienes le ofrecían en sacrificio corderos y perros negros al final de cada lunación. A estos se les aparecía con una antorcha en la mano o en forma de distintos animales: yegua, perra, loba, etc.
Sin embargo los marinos la consideraban su numen titular y le pedían que les asegurase buenas travesías.
Los romanos la identificaron con Trivia cuya efigie presidía las encrucijadas de los caminos, lugares vinculados con la magia. Se creía que Hécate y su jauría de perros aparecían en esos espacios apartados, que eran para los viajeros lugares demoníacos y espectrales. Allí se levantaban estatuas en forma de una mujer de triple cuerpo o bien tricéfala. Eran muy abundantes, antiguamente, en los campos, y a su pie se depositaban ofrendas.
Hécate se unió primero a Forcis y fue madre del monstruo Escila; después a Eetes, de quien obtuvo a Circe y a Medea.
Según la versión del mito estas últimas aparecen como hermanas o sobrinas. Asimilada a Artemisa, se la representa como una joven con peplo y llevando sobre la frente el creciente lunar (o la diadema cilíndrica denominada polos) y una o dos antorchas en las manos.
El arte representa también a Hécate a menudo con tres cuerpos o tres cabezas y con serpientes entrelazadas alrededor de su cuello ya que es una divinidad triforme: lunar, infernal y marina.
La mitología también nos habla a veces de Hécate como una de las diosas menos conocidas, hija menor de Zeus, que había sido diosa de la Luna. En el Hades gozaba de gran autoridad, porque era conocida como la reina invencible y presidía las ceremonias de expiación y purificación de las sombras a las que se les permitía reparar las malas acciones de su vida pasada. Ferea era un sobrenombre de Hécate.
Simbología: Los cipreses estaban asociados a la muerte, y siguen estando presentes en los cementerios del área mediterránea. Estaban consagrados a Hécate, la diosa de la muerte, en otra época diosa de la Luna.

martes, 25 de noviembre de 2014

Las Nornas, las modeladoras del destino.

Las Nornas, eran unas figuras femeninas sobrenaturales que, según se creía, determinaban el destino de los hombres.

Las diosas nórdicas del Destino, a las que se conocía como Nornas, no eran de ninguna manera dependientes de los dioses, quienes no podían ni cuestionar ni influir en sus decretos bajo ningún concepto. Tan pronto como concluyó la Edad de Oro, y el pecado comenzó a recorrer incluso las moradas celestiales de Asgard, las Nornas hicieron su aparición bajo el gran fresno Yggdrasil y establecieron su residencia cerca del manantial Urdar.Según algunos mitólogos, su misión era la de advertir a los dioses de males futuros, pedirles que hicieran buen uso del presente y enseñarles sanas lecciones del pasado.

Estas tres hermanas, cuyos nombres eran Urd, Verdandi y Skuld, eran las personificaciones del pasado, el presente y el futuro respectivamente. Su labor principal era la de tejer el telar del Destino, regar diariamente el árbol sagrado con agua del manantial Urdar y poner tierra fresca alrededor de sus raíces, para que permaneciera fresco y verde por siempre.

Otros mitólogos, afirmaron posteriormente que las Nornas velaban por las manzanas de oro que colgaban de las ramas del árbol de la vida, la experiencia y el conocimiento, permitiéndole sólo a Idun que recogiera la fruta, que era con la que los dioses renovaban su juventud.


Las Nornas también alimentaban y cuidaban de los dos cisnes que vivían en las cristalinas aguas del manantial Urdar y de este par se supone que descienden todos los cisnes de la Tierra. Se dice que a veces las Nornas se vestían con plumas de cisne para visitar la Tierra, o surcaban como sirenas por las costas de diversos lagos y ríos, apareciendo ante los mortales, de cuando en cuando, para pronosticar el futuro o darles sabios consejos.


Leyendas Nórdicas y Antiguas Creencias: Las Nornas




El Telar de las Nornas.



Las Nornas tejían a veces telares tan extensos que mientras una de las tejedoras se encontraba en la cima de una montaña en el extremo occidental, otra se encontraba en el extremo oriental. Las hebras de su trama parecían cuerdas y eran de diversos colores, según la naturaleza de los acontecimientos que iban a ocurrir, y una hebra negra, extendiéndose de Norte a Sur, era considerada invariablemente como un presagio de muerte. Mientras las hermanas viajaban de acá para allá, entonaban una canción solemne. Aparentemente no tejían según su propio deseo, sino ciegamente, como si ejecutaran de mala gana los deseos de Orlog, la ley eterna del universo, una antigua y poderosa fuerza, que al parecer no tenía ni principio ni fin.

Dos de las Nornas, Urd y Verdandi, eran consideradas como entidades muy benéficas, pero la tercera, se dice, deshacía inexorablemente su trabajo y, a menudo, cuando estaba casi concluido, lo reducía furiosamente a jirones, esparciendo los restos al viento.

Como personificaciones del tiempo, las Nornas eran representadas como hermanas de diferentes edades y características. Urd (Wurd, rara) tenía un aspecto muy viejo y decrépito, continuamente mirando hacia atrás, como si estuviera absorta contemplando sucesos y gentes pasados. Verdandi, la segunda hermana, era joven, atractiva y audaz, mirando al frente, mientras que Skuld, la del futuro, era representada generalmente con un espeso velo y la cabeza girada en la dirección opuesta a la que Urd estaba mirando y sosteniendo un libro o pergamino que aún no había sido abierto o desenrollado.

Los dioses visitaban diariamente a las Nornas, con las que les encantaba consultar, e incluso el mismo Odín bajaba frecuentemente hasta el manantial Urdar para solicitar su ayuda, ya que ellas respondían por lo general a sus preguntas, manteniendo silencio sólo acerca de su propio destino y el de los demás dioses. 

 

Antiguos relatos de casas embrujadas en la memoria popular


Antiguos relatos de casas embrujadas en la memoria popular
Puertas chirriantes; objetos en estrepitosas removidas; ventanas golpeántes; pasos en la oscuridad; apariciones evanescentes; sombras tenebrosas, asechos invisibles y otros sucesos aun más desconcertantes y peligrosos, suelen ocurrir en ciertas casas que en la memoria popular han quedado registradas como, “embrujadas”. Cuando la sabiduría, la experiencia y el conocimiento sucumben, bajo el impacto poderoso del miedo, invaden estas recias visiones espeluznantes, capaces llevar del terror a la locura. Pero no estamos tratando de un miedo cualquiera, sino con un pánico generador de las más perversas escenas y acontecimientos, que tienen el inaudito poder de convertir en paralizados testigos impotentes, a quienes han pasado por el horror de presenciarles.
Aspiran así los miedos interiores nacidos del hombre, a conservar indefinidamente su dominio sobre esta “debilidad” de la especie humana. Emergen entonces, desde lo más recóndito del inconsciente colectivo, en esta difusa frontera entre lo fantástico y lo desconocido, figuras, espacios y acontecimientos que persisten con insistencia en hacernos creer en una profunda incapacidad para enfrentarnos por nosotros mismos, contra la violenta y sorpresiva acción de las llamadas “fuerzas del mal”, convirtiéndonos en aterrorizados espectadores, o en reprimidas víctimas.
En Cuba, a lo largo y ancho de nuestra reverdecida e insular geografía, hemos tenido también nuestras “casas embrujadas”. O por lo menos, de esta manera solíamos llamarles los cubanos de todas las épocas a ciertas viviendas, estuviesen habitadas o no, en las cuales sucedían estos fenómenos ahora llamados “paranormales”. La memoria popular aun les conserva en algún apartado y oscuro lugar de un imaginario social que ya va apagándose, al involucrarse con los nuevos miedos actualizados, llegados mucho más frescos, horripilantes y perturbadores, desde las desconocidas interioridades de un inconsciente colectivo ciertamente urgido a identificarse más cada día, con los apremiantemente terribles acontecimientos del aquí y del ahora, que con la rememoración de aquellos antiguos y obsoletos sucesos terroríficos del pasado.
Gracias a nuestros inapreciables investigadores, Manuel Martínez Moles, Samuel Feijóo y René Batista Moreno, han llegado hasta nosotros curiosas, interesantes y antiguas leyendas de casas embrujadas, aquí dispuestas en apretada selección, desde la cual nunca podríamos resumir, ni siquiera de manera esquemática, el imaginario popular de toda una época sobre tan manipulado tema. Pero al menos, algunos atisbos y conjeturas podrían llegar a percibirse, por quienes nunca tuvieron la escalofriante oportunidad de tan terrible experiencia.
No pocos de estos acontecimientos se producen en lugares apartados y solitarios. Los ambientes rurales siempre fueron escenarios preferidos para la ocurrencia de tales sucesos, de manera que sería bueno aclarar, sobre cierta expresión de las sencillas gentes del campo, quienes a veces tienen su propia manera de nominar estos incomprensibles aconteceres. Por ejemplo, cuando el campesino cubano decía: “en aquella casa “habían echado magia”, se refería a que allí ocurrían cosas terroríficas que habían sido provocadas por “alguien”, con la capacidad para atraer hacia el lugar, aquellos horrendos acontecimientos. Pero no solo los ambientes agrestes se prestaban para el surgimiento de estos imaginarios colectivos, también los contextos citadinos podían cargarse de narraciones como las seleccionadas en esta peculiar relación, conteniendo antiguas leyendas de casas embrujadas en la memoria popular.
El Pasaje de Juan Oquendo
En la barriada denominada “El Condado”, de la ciudad de Santa Clara, existió un pasaje antiguamente llamado “de Juan Oquendo”, ubicado entre las calles Toscano y Serafín Sánchez. Decían, que el antiguo dueño era un negro congo ya fallecido, quién hacía la vida imposible a los que intentaban vivir ahí. Según dejó constancia el experimentado investigador Samuel Feijóo, en su obra Mitología Cubana (edición del 2007), el dibujante y pintor de Santa Clara, Adalberto Suárez recogió en 1975 los sucesos acontecidos años atrás en el mencionado Pasaje, al entrevistar a uno de sus moradores llamado Rafael Hernández, quien al citado entrevistador le contó: “que en el año 1952, estando viviendo en uno de esos cuartos, como a las ocho de la noche sintió le propinaron un galletazo, y no vio a nadie. Asegura no fue pesadilla porque estaba bien despierto”. (1) Afirmaba que, a quienes  se han mudado para ahí, siempre terminaba por pasarles algo terrible. Y brinda constancia de ello cuando relata: “una mulata lindísima vivía en un cuarto de estos, y un día sin más acá ni más allá, hubo de darse candela completa, nadie sabe cómo fue, ni porqué; otro día, una madre sale a la calle y deja a los muchachos en el cuarto, y sin haber llegado a la esquina, uno de ellos regó alcohol a sus hermanitos y les dio candela; después otra muchacha, también intentó suicidarse con candela, pudieron salvarla, pero quedó en muy malas condiciones; a otra se le quemó una niña, que luego murió. Todo esto ocurrió, en esos mismos cuartos. No hace mucho (1952), una señora que vino a vivir ahí, le explotó la caldera de presión, y estuvo ingresada en el hospital como dos meses, y en cuanto supo lo ocurrido allí, se mudó. Y uno de los últimos llegados a vivir ahí, sufrió quemaduras en las piernas”. (2)
La casa de los Lara
En provincia de Villa Clara, en un sitio llamado Remates de Ariosa, “en La casa de los Lara, algunos oían llorar niños que nunca aparecían. También ocurría mientras se cocinaba, si salía la persona a algún lugar fuera de la vivienda, cuando regresaba casi siempre encontraban los calderos fuera del fogón, o llenos de aguacates movidos. En cierta ocasión, vino a esa casa un señor llamado Roberto Perdomo, quién presumía de guapo y usaba revólver, para demostrar no tener miedo a ninguna magia. Estando sentado en el portal, dio contra la pared un seboruco tal, que el susodicho se paró y emprendió retirada al momento”.(3)
La casa de San Félix número 13
En su libro, Tradiciones, leyendas y anécdotas espirituanas (La Habana, 1931), el entrañable investigador cubano Manuel Martínez Moles, recogió esta interesante narración sobre una casa embrujada en Sancti Spíritus: “Se hallaba habitada por los morenos Pedro y Joaquina Valle, que vivían allí desde hacía dos años, y por la joven O. G. con un niño de dos meses, quienes sólo hacía ocho o diez días ocupaban aquel aposento y un cuarto contiguo al mismo. La morena Joaquina participó al señor Alcalde Municipal, el martes último como a las seis de la tarde, habían empezado a lanzar algunas piedras al interior de su casa, agregando que aun cuando las piedras caían tanto en la sala y comedor como en los cuartos, no habían podido descubrir de dónde venían”. (4)
Cuentan como el señor Alcalde se presentó en el lugar acompañado de dos parejas de guardias municipales, hizo practicar un minucioso registro y mandó a cerrar puertas y ventanas. También colocó una de las parejas afuera, para establecer vigilancia en el exterior de la vivienda. “Al cuarto de hora, sintieron caer junto a la joven dos fragmentos de tejas, sin darse cuenta ninguno de los presentes, la dirección de dónde salieron. Fueron examinados minuciosamente los puntos de unión del techo correspondiente al lugar, y no hubo señal de desprendimientos, tanto más cuanto por su tamaño, indicaban imposibilidad física de esta supuesta procedencia. Un momento después, fueron escuchados en el aposento dos golpes apenas perceptibles, como producidos por pequeños cuerpos cayendo en el centro de la habitación. El brigada fue a reconocer y al acercarse a la puerta entre el aposento y el cuarto en cual descansaba el niño, sintió un cuerpo duro y pesado, rozándole ligeramente las manos, que llevaba cruzadas hacia atrás, y la pierna derecha, produciendo un ligero golpe cuando caía al suelo. Era un pedazo de ladrillo de tres libras de peso”…; “así, otras piedras y fragmentos estuvieron cayendo en varias direcciones, hasta que el Alcalde mandó retirar definitivamente a la muchacha para otra casa del vecindario, y desde aquel momento cesaron las piedras y los golpes”. (5)
Casa embrujada en Camajuaní
Rigoberto Valdés, de 52 años de edad y residente en la Finca Lolita, refiere como sucedían cosas increíbles en casa del tío de su padre: “la máquina de coser, funcionaba sola de noche; los sillones se mecían; algunos objetos caían al suelo, pero cuando la gente se levantaba y encendía la luz, todo permanecía tranquilo e inalterable. Después, era visto una especie de mono, meciéndose en la cadena del pozo, pero al mirarlo la gente, se lanzaba adentro del reservorio de agua. En una ocasión secaron el pozo y el mono no apareció. Aunque después, volvía a engancharse de la cadena”. (6)
La casa embrujada de Terencio Piña
Ángel Masdidedo, de 83 años de edad y vecino de Alquízar, poblado situado al suroeste de La Habana, refiere: “todos me advirtieron que no me mudara para la casa de Terencio Piña, pero el mismo día de vendida la finca me fui para allá. Por la noche, poco después de acostarnos, sentí los pasos de un hombre caminando por la casa, tirando todos los tarecos al suelo. Nos despertamos, yo salí con la escopeta y vi a un hombre alto, vestido de blanco, al quien no se le podía ver la cara. Abrió la puerta, salió corriendo y se tiró en el pozo. Hizo esto todas las noches durante quince días, hasta que me di cuenta, estaba señalando algo en el pozo. Al otro día me metí, nadé hasta el fondo y saqué una caja de metal llena de monedas de oro. Era el misterio de aquella casa, porque luego de esto, el muerto no salió más”. (7)                                               
La casa de Guajabana
En esta ocasión, un señor llamado Luis Moreno, le cuenta a nuestro investigador, René Batista Moreno lo ocurrido en esta vivienda de Guajabana, localidad cercana al poblado de Remedios, en la provincia de Villa Clara: “Aquella casa hacía mucho tiempo que estaba vacía, entonces me llevé a Ofelia y la metí allí. Se decía que salían cosas malas allí, y que el dueño la había abandonado por eso. Esa noche me acuesto y como a eso de las doce me entran a piñazos, primero por la cabeza, luego por la barriga, me levanto, me dan otra tunda más, y a mi mujer también. Enciendo la linterna, alumbro y no veo nada. Apago y comienzan los golpes, me dolían mucho, nos daban a matarnos. Salimos corriendo y llegamos a casa de Panchito Ruiz, que vivía como a cien metros de la casa. Nos miramos en un espejo y no nos vimos nada, porque pensamos que teníamos la cara desfigurada. Por la mañana contamos todo a los vecinos de allí, y ellos acordaron darles candela al lugar. Mientras estaba ardiendo, se oían muchos gritos..., y cuando al fin se cayó, un humo azul se vio salir de la casa”. (8)
La escalera hasta “el más allá”
La mayor parte de las personas suelen vivir ocupadas en sus problemas cotidianos y nada más allá, del aquí y ahora les es dado ver. Pero hay otras que a pesar de tenerlos también, incluso más agudos y tremendos, parecen estar investidos de esa extraña y exótica percepción insondable, para captar “otro reino”, situado “más allá” de nuestro espacio y tiempo. Es muy cierto que nada hasta ahora ha indicado, la existencia concreta y auténticamente comprobada de otros niveles de realidad, ni mucho menos "otras dimensiones" habitadas por entes no humanos. Pero casi todos los estudiosos de las ciencias relacionadas con el hombre como ser social, han llegado curiosamente a la maravillosa conclusión que, para lograr la supervivencia de cualquier especie, es necesario ésta tenga un determinado número de individuos poseídos por cierto impulso, capaz de llevarles “más allá” de las simples y cotidianas necesidades diarias.
En la actualidad, mucho se ha llegado a saber sobre las causas de estas percepciones y emociones del más supremo horror, y las diversas reacciones que causan en las distintas personalidades en las cuales solemos “repartirnos” los humanos. No pocos han llegado a creer, que la personalidad posee un secreto desván “supraconsciente”, estructurado en muchos planos, y para llegar a ellos en función de estudiarles, hay una escalera imaginaria capaz de alcanzar por encima del nivel de la conciencia. Mas con tal herramienta ocurre, que está apoyada sobre una superficie cubierta del “material escurridizo” acumulado de manera clandestina en el subconsciente, lo cual inevitablemente la irá resbalando, hasta provocar la caída de quien se aventure a subir. De más estaría recordar, que mientras más alto se llegue, más peligrosa será la caída.
De esta manera sublime, “más allá” de lo de lo aprendido, cotidiano y por ello seguro, ha continuado abriéndose ante los humanos lo ignoto, casi siempre suministrador por excelencia de verdaderas situaciones límites. El hombre continuará sintiendo ese tímido impulso a sondear los abismos, pero su aprensión y desconfianza, le confirmarán que esas honduras podrían engullírselo. El horror solo tiende a sembrar espanto. A pesar de lo cual siempre será buscado por aquellos privilegiados de nuestra especie. Precisamente por los poseídos de aquel “impulso” capaz de llevarles a ver “más allá”, tal y como es muy posible haya sucedido, tan solo hace unos minutos atrás, cuando esos indagadores ojos leyentes actuales de estas líneas, transmitieron al desván supraconsciente del lector, o la lectora, el “impulso” de atreverse a “sondear los abismos” sugeridos por estos sencillos y antiguos relatos cubanos, de casas embrujadas en la memoria popular.

lunes, 24 de noviembre de 2014

EL PATARICO

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Personaje mitológico de marcado acento indoeuropeo, ya que con ligeras variantes aparece en todas las regiones de lo que hemos dado en llamar “ecúmene cultural oceánico”, que en Europa coincide con los territorios bañados por el océano Atlántico y el mar Mediterráneo. Así, en un primer acercamiento al personaje, advertimos su coincidencia básica con los renombrados Cíclopes de la mitología grecorromana, especialmente el taimado Polifemo, que a tantos y tan duros trabajos obligó a los héroes de “La Odisea”. La mención más antigua del “Patarico” aparece en la obra de los eruditos del occidente asturiano Bernardo Acevedo Huelves y Marcelino Fernández, que nos lo presentan como un gigante de apariencia horrible y dotado de una inmensa fuerza, provisto de un único ojo en la mitad de la frente, cuya única obsesión es provocar el naufragio de los barcos donde huelen “a cristiano”; aún cuando reconocen que vive habitualmente en un país lejano, centran el campo de sus fechorías en el litoral cantábrico de entrambasaguas; es decir, entre los ríos Eo y Navia.
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La mayoría de los estudiosos de nuestra mitología coinciden básicamente en la descripción de los rasgos físicos y de las acciones habituales del “Patarico”. Alberto Álvarez Peña, como nosotros mismos, buscó su rastro por los pueblos costeros, hallando pocos recuerdos del mismo, si se exceptúa el uso habitual del término para definir a los niños muy inquietos y traviesos; así, en los territorios bañados por el Navia, decimos habitualmente: “Ese neno é como un patarico, nun tén parada”. Aún así, se detiene en la descripción del personaje, abundando en los detalles que ya habían proporcionado los mencionados B. Acevedo y M. Fernández, añadiendo queestán dotados de un olfato realmente especial para detectar náufragos, a los que luego tragan crudos y aporta la circunstancia no conocida de que parecen disponer de grandes tesoros escondidos. Quizá en este contexto debemos situar la conocida leyenda del Rey Castro, centrada en el maravilloso Castro costero de Cabo Blanco (El Franco), dotado de unos prodigiosos fosos defensivos, donde José Máximo Fernández sitúa una lucha sin cuartel entre este gigantón y los no menos portentosos “Mouros” que le atacan, obligándole a construir con sus enormes manos los cuatro fosos aún visibles. Aún así, ésta mínima, casi nula pervivencia del mito en el recuerdo popular, llevó a Ramón Baragaño a considerar que el mito se había esfumado en la segunda mitad del siglo anterior, aunque aún es muy popular en toda Asturias el cuento de la niña que le clava el hierro candente a un cíclope y se escapa disfrazada de oveja y, cuando él le sigue orientado por el anillo mágico que ella lleva, se corta el dedo y lo tira al río. Él se despeña y muere, quedando ella como dueña de sus riquezas, según actualización del mismo por A. Peña.
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Muchos de nuestros etnógrafos, como R. Baragaño, L. Castañón, etc., los ponen en relación con otros personajes similares de nuestra área cultural, como son el Tártalo vasco y el Ojáncano cántabro. Así, Xuan X. Sánchez Vicente lo relaciona con éstos y con el Polifemo clásico,considerando que viene a representar el ancestral temor a lo indomable y desconocido.
Diremos que los Tártalos vascos eran cíclopes de gran corpulencia, malignos y antropófagos. Y los Ojáncanos cántabros eran unos seres malvados, que destruían todo lo que hallaban a su paso. Físicamente, podemos describirlos como gigantes de más de cuatro metros, con el rostro redondeado, cubierta su piel de sucia y pavorosa pelambrera, luce largas barbas de color rojo, igual que su desgreñado cabello; están dotados de un único ojo, que a la noche brilla con un color rojo espectral. En sus correrías por el bosque, se les prenden las barbas y el pelo a las ramas de los árboles, a los que levantan de sus raíces en el paroxismo de su furia incontrolable, a la vez que pueden desviar el curso de los ríos, destrozar graneros, etc. Viven en cuevas profundas, cuya entrada disfrazan con maleza o rocas, para que nunca les hallen los humanos. Viven de las bayas, bellotas, etc, que hallan en el bosque, pero también acostumbran a robar, de noche, el ganado y las panojas de los campesinos, para lo que a veces se disfrazan de ancianos pobres. Su punto vulnerable es una única cana blanca en la rojiza barba; si se le arranca, se sume y no reaparece más. Su correspondiente femenino es la Ojancana, dotada de una cabeza inmensa y dientes sucios y retorcidos, especialmente uno inferior, similar al colmillo del jabalí. Vive de comer animales del bosque, aunque prefiere chupar y devorar a los niños perdidos en el bosque. De apariencia horrible, tiene unos pechos inmensos, que carga a la espalda cuando camina, lo que le da apariencia tan feroz que los aldeanos cántabros le dejaban en sus supuestas cuevas trozos de carne, leche fresca, etc. Muy conocidos en el oriente asturiano, se les mete miedo a los niños con ellos, según recoge Ramón Sordo en Buelna (Llanes).
Cipriano Alfonso

jueves, 20 de noviembre de 2014

ENKI Y LA ISLA DE DILMUN

La capacidad de Enki para alimentar a los animales y las plantas, con el agua dulce dadora de vida (asociada, por otro lado a su semen) era un don que lo convertía en un eficaz aliado tanto para los otros dioses, como para los humanos. Su virilidad es el objeto de un relato que sucede en la isla de Dilmun (actual Bahrein). A continuación sera narrado dicho relato.
Gravado del dios Enki.



En una ocasión, Enki se encontraba durmiendo con la diosa   protectora de Dilmun, dicha isla carecía de casi todo, tanto de gente como de animales e incluso de agua dulce. Ante tal situación, enki ideó un plan y pidió a Utu, el dios del sol, que imprimiera sus huellas en el suelo de manera, que pudiera llenarlas con agua dulce, y transportar ésta por debajo de la tierra desde Ur. Después de esto Dilmun se convirtió en un gran centro de comercio por el cual pasaron gran cantidad de piedras preciosas, maderas exóticas y gongos de cobre.

Tras una serie de incestuosas relaciones, Enki engendró a muchos dioses y diosas. En una primera fase de esta etapa reproductora, suplicó a la diosa Ninhursaga que le dejara acostarse con ella, petición que esta aceptó, y permitió que el dios la dejase embarazada con su semen. A los nueve días, nació la diosa Ninsar.
Inanna
Gravado de la diosa Ninhursaga.
Con el paso del tiempo, Ninsar fue creciendo y, tal como su madre había hecho, se dirigió a la orilla del río, donde se encontraba Enki. El dios al ver a la hermosa joven la dejó embarazada, a los nueve días nació una diosa llamada Ninkurra, la señora de las montañas. De igual modo cuando esta alcanzó la edad de engendrar, Enki dejó embarazada a Ninkurra, que dio a luz a Ninimma, la señora de la vulva, que también mantuvo relaciones con Enki. De Ninimma salió Uttu, una joven más hermosa que las de generaciones precedentes. Su abuela Ninhursaga, no obstante, la previno para que no cediera a las peticiones de Enki a no ser que éste le entregara los frutos de los campos irrigados con su agua. Cuando Uttu hizo lo que le había pedido su abuela, Enki se dirigió a un campesino, cuyos campos habían sucumbido a una sequía y construyó para el numerosas acequias. El campesino, en agradecimiento, le entregó los frutos que quiso. Cuando Enki se presentó ante Uttu con los obsequios, la joven accedió a hacer el amor, pero mientras el dios liberaba el semen, Uttu profirió un grito, que al parecer llegó a oidos de Ninhursaga, la cual pidió ayuda a su bisabuela. Esta retiró de inmediato el semen y lo plantó en un campo cercano. 
Esta vez en vez de engendrar a otros dioses, engendró ocho clases diferentes de plantas. Sin saber de que se trataba de sus propias criaturas, y mordido por la curiosidad, Enki mando a su ayudande Isimu, cosechar aquellas plantas, para determinar su naturaleza. Isimu cumplió lo que Enki le había ordenado, y le entregó las plantas a su señor, quien decidió comérselas.
Al poco tiempo, Enki cayó enfermo y, por razones que no quedan claras, Ninhursa juró que jamás volvería a hacer nada que tuviese que ver con él.

Los otros dioses se sentaron desesperados en el polvo, hasta que un astuto zorro disfrazado para la ocasión, consiguió disuadir a la diosa para que volviera e hiciese el amor con el dios. Al hacerlo curó a éste, cuya enfermedad se había extendido por diferentes partes de su cuerpo, y le dio como descendencia ocho divinidades cuyos nombres se correspondían con cada una de las partes de su cuerpo afectadas. Entre ellas se encontraban precisamente los señores de Dilmun y Magan ( en la actualidad, Omán).

De este modo, se ponía fin al horror de los incesantes episodios incestuosos y a la consiguiente amenaza que representaba el frenesí de la pasión amorosa de Enki, quien en última instancia se salvó de su enfermedad, gracias a la ayuda de su madre, Ninhursaga, a través de la cual nacieron también ocho divinidades beneficiosas para la humanidad.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Los Kelpies

Los kelpies son caballos con figura humana, según la mitología celta, que adoptaba forma de caballo o de hombre según su antojo.
Cuenta la leyenda, que en el río que bordea toda la ciudad de Glasgow, en Escocia, vivía hace muchos muchos años un kelpie. Era un caballo dotado con el poder de tomar forma humana y durante la noche se convertía en un apuesto joven capaz de enamorar a las doncellas mas bellas de la región.
La hija del alcalde de la cuidad , decidió dar un día un paseo acompañada de sus amigas por la ribera del río. Las muchachas iban entretenidas charlando, cantando y riendo alegremente durante su paseo hasta que una de ellas diviso a un hermoso caballo bebiendo a la orilla del río.
Estaba junto a unas piedras y su belleza era reresplandeciente, casi enigmatica. La hija del alcalde , hechizada por tanta belleza, no pudo sucumbir a sus encantos y se dirigió a donde estaba el animal.
Cuando estaba junto a el, acaricio su lomo y le susurro algo al oído, algo que nadie sabe que fue. Al llegar la noche, salio a hurtadillas de su casa, sin saber bien el porqué, en busca del hermoso animal que había visto por la mañana.
Se dirigió al mismo lugar donde se encontró con el caballo, pero para su sorpresa en su lugar , había un apuesto joven, alto, rubio, de una belleza impresionante y con la piel blanca como una hoja de papel.
Pasaron esa noche juntos, y se enamoraron de tal forma que la joven se escapaba todas las noches de su casa para encontrarse con su amante. Un ser de tal belleza que parecía salido de un cuento de hadas con el que contemplaba el atardecer y el amanecer.
Una mañana, su cama apareció vacía y todos empezaron a buscarla por todas partes pero sim hallar rastro de ella. Su búsqueda duro días y dias, alargándose a lo largo de los meses pero sin obtener resultado alguno. Nadie supo nunca su paradero.
Según cuenta la leyenda , la muchacha se enamoro de tal manera del kelpie que decidió ser su esposa. Dicen que muchas mañanas se puede ver al kelpie llevando en su lomo un niño  pequeño. Un niño rubio de tez blanca como el muchacho que conoció una noche la hija del alcalde en la ribera del río.

lunes, 17 de noviembre de 2014



En la mitología de Mesopotamia, Enlil es el dios del cielo, del viento y las tempestades. Fue adorado por sumerios, acadios, babilonios, cananeos, y asirios.

Se han propuesto dos órigenes para el nombre Enlil. Según el primero vendría de los términos sumerios en (señor) y lil (viento), por lo que su nombre significaría literalmente "Señor del viento", o "dios del viento". La otra opción, más reciente, indicaría una sumerización de la raíz semita il (Dios), la misma que da origen a los términos El y Alá, significando así dios señor. Su nombre se encuentra asociado frecuentemente al término kur, que hacía referencia a montaña y a extranjero. Así, su hogar era el é.kur (casa-montaña) y los adjetivos asociados al dios eran kur.gal (gran montaña) y lugal.a.ma.ru (rey de las tormentas). Todos estos términos parecen indicar que Enlil era un dios del clima. En Mesopotamia, el clima no marcaba la bonanza de las cosechas, ya que éstas dependían del curso de los ríos, si no sólo su desgracia y malogro. Esto explica el carácter irascible y temible de Enlil que sólo se manifiesta en hechos negativos como las grandes tormentas, las inundaciones y los cambios de curso de los ríos. Así, en el mito del Diluvio mesopotámico es Enlil quien abre las compuertas del cielo para acabar con los molestos humanos.