viernes, 5 de diciembre de 2014

MALINOS

MALINOS
os malinos son unos diminutos diablos o espíritus malignos que se introducen en el cuerpo de las personas, con la intención de causarles daño. Sin duda, el término deriva de una popularización del vocablo “maligno”, que es una de las habituales denominaciones del demonio en la religión cristiana. Una vez que los malinos se acomodan en el interior de las personas, generalmente aprovechando la deglución de las comidas, les hacen sentirse muy incomodos, según testimonios recogidos en toda Asturias. De hecho, en Puerto de Vega (Navia), donde hemos obtenido algunos testimonios directos, aún hemos alcanzado a recoger alguna mención, bien es cierto que muy aislada y confusa; aún así, quedan reminiscencias tales los dichos: “Paréz que tenen el demonio nel cuorpo” (generalmente, referido a los niños inquietos); “Paréz que tá poseso del demonio” o “el demonio que lo confunda” (más aplicables a adultos). Y es que, efectivamente, una de las consecuencias de la posesión diabólica es, una parte el nerviosismo y la inestabilidad emocional; por otra, la confusión y la desgana.
Hemos visto que su posesión se inicia a partir de las comidas, por lo que es costumbre habitual de las gentes comenzar a comer después o bendecir los alimentos, ya que se está en la creencia que de ese modo se ahuyentan tan incómodos como perversos parásitos. Quizá la habitual costumbre de oler las comidas antes de bendecirlas y pasar a consumirlas sea consecuencia de la creencia del desagradable olor a humo azufre de los demonios, que da lugar a dichos curiosos, como “Arreniego de los cotrosos del infierno”.
Aunque su acción no es especialmente selectiva, sí que parece constatarse a través de los testimonios descritos para toda nuestra región o tienen preferencia por los niños y los ancianos, quizá porque ofrecen menor resistencia a su acción, aunque se cree que su actuación nunca es individual, sino que se juntan cientos y hasta miles de ellos con la intención de causar el mayor daño posible, daño que puede en el colmo del paroxismo en una verdadera crisis de personalidad, rayana en la locura, que puede conducir, a la luz de algunos sorprendentes testimonios, a la autodestrucción. Cuando han minado hasta la extenuación a una de sus víctimas, se concentran de nuevo para introducirse en el cuerpo de otra persona, aprovechando el contacto físico entre ellas, reflejándose en algunas noticias publicadas por diversos autores asturianos que dicha invasión se realiza a través de las uñas. Se han descrito casos en que sólo una oportuna ingesta de ajo consiguió acabar con el grave problema físico causado en alguna infortunada víctima.
Alberto Álvarez Peña añade una nueva particularidad al personaje, ya que indica que no es visible para el ojo humano, considerándoles de alguna manera la interpretación mítica del microbio como causante final de la enfermedad; aún así, hemos de convenir que su carácter infernal es poco dudoso, dada la coincidencia definitoria en toda Asturias. En esa línea, los recientes trabajos de campo de Ramón Sordo Sotres en el oriente asturiano, aportan mucha luz al respecto: considera el referido autor que la vieja creencia en las legiones diabólicas como perturbadoras de la humanidad vienen de la religión persa, de la que procedería el mito. Su carácter demoníaco estaría confirmado, entre otras pruebas, por su inmediata acudida cuando se blasfema contra Dios, la Virgen y los santos, introduciéndose entonces en el cuerpo pecador. Algunos testimonios contradictorios que proceden de las pesquisas del mencionado autor los asimilan a siete mosquitos, metidos en una caja, y que salen a causar daño (trasunto comparable al mitologema clásico de la “Caja de Pandora”); generalmente, hacían lo que se les mandaba, incluso aquellas cosas que parecían imposible de realizar. Considera Sordo Sotres que el mito se fue degradando y, como ocurrió con tantos otros, fue quedando arrinconado y con un único uso, como instrumento de miedo infantil: “Mira que venen los malinos” (en otros testimonios, “que te llevan”), como hemos podido atestiguar también en el occidente, donde es habitual aplicar el término para definir a los niños más inquietos, diciendo que “Paréz que ye entraron dentro los demonios” o “Tén el demonio metíu nel cuerpo”, mientras que la vieja denominación de “malinos” se ha ido sumiendo y prácticamente desapareciendo desde hace décadas, siendo imposible hallar un solo testimonio en personas no octogenarias.
Se introducen en el cuerpo de las personas, causándoles graves daños. Pueden meterse en el cuerpo de sus victimas a trabes de la comida que ingieren, para evitarlo, es conveniente persignarse antes de comer cualquier alimento.
Generalmente se decantan por los más débiles, como es el caso de los niños y los ancianos. A los Malinos ―dice la sabiduría popular― hay que llamarlos al aire libre y en un lugar solitario, en compañía de varios gatos negros o frente al tocón de un árbol sobre el cual se hayan extendido antes varias hojas de helecho verde y una servilleta blanca. Si se pronuncian los juramentos adecuados, ellos vienen y, en cantidad de siete, se introducen mansamente en una pequeña caja de madera que para tal fin debemos portar. A partir de entonces serán nuestros y obedecerán todas nuestras órdenes. Su tamaño no supera al de una mosca, pero pueden llevar a cabo casi cualquier tarea, por imposible que parezca. Sobre todo si esta implica la realización de algo maligno o destructivo, como derribar casas, arrancar árboles, matar animales…; aunque también resultan útiles para las pequeñas labores cotidianas. Van a buscar leña con la que alimentar el fuego, transportan cargas pesadas o ayudan a calcular la capacidad de un carromato, por ejemplo. Ante cualquier dificultad sólo hay que decir: “¡Ayudadme, compañeros!”, y ellos salen volando de su caja de madera y resuelven el problema.
Cuando no pertenecen a nadie, vagan en libertad por el bosque cometiendo fechorías, motivo por el cual resulta peligroso encontrarse con ellos. Son capaces de introducirse en el cuerpo de una persona a través de la boca, causándole enfermedades, agriando su carácter o controlando temporalmente su voluntad. Esto último cuentan que le sucedió a una mujer del pueblo de Buspriz, a la que hicieron salir por la noche de su casa y errar durante horas entre zarzas y maleza, sin que nadie fuese capaz de encontrarla, hasta que regresó a la mañana siguiente, magullada y llena de arañazos.
Aun en cautividad, los Malinos pueden resultar bastante molestos. Si están inactivos durante mucho tiempo, se impacientan y repiten una y otra vez: “¡Mándame algo! ¿Qué me mandas? ¡Mándame algo!”, y no cesan su cantinela hasta que al dueño se le ocurre alguna tarea que les pueda servir de entretenimiento. Para librarse de ellos hay que venderlos, caja incluida, cobrando el doble de su valor o arrojando después al mar el dinero obtenido en la transacción. De otra manera regresarán junto a su antiguo propietario a la primera ocasión que tengan.
http://donpelayo777.wordpress.com/2013/11/09/malinos

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