Pan dulce lleno de frutas secas, abetos decorados y un gordo súper abrigado que entre por las chimeneas... No hay fiesta navideña sin ellos, son parte de los rituales que, año a año, compartimos con nuestras familias. ¿Irracionales? ¿Absurdos? Con humor, Ana von Rebeur nos cuenta el origen de estos festejos poco adaptados a los 30 grados que marca el termómetro.
Nos sigue encantando la Navidad.
Nos encanta ver que las vidrieras decoradas con nieve de algodón y piñas de coníferas, como si en las pampas tuviéramos tantos bosques de pinos y tanta nieve en pleno verano.
Sabemos que las guirnaldas de 500 lucecitas funcionan cuando la cajera las prueba, y nunca más se encienden. Y que de cuatro cajas que compramos, una dura diecisiete horas y el resto no tiene devolución.
Vestirse de Papá Noel con ropa que es la adecuada en esta época para el Ártico, es ridículo. Escuchar villancicos que hablan de pastores es aún peor. Pero… ¡Todos estos absurdos nos fascinan! Porque como decía Nietzche “a lomo de las paradojas se cabalga hacia las grandes verdades”. Y eso son las fiestas: un motivo para festejar, adornar, cocinar rico y tratar de pasar un buen momento, aunque sea una vez al año.
En general, siempre nos resulta extraño eso del pesebre con gente vistiendo a la moda del año cero, Reyes Magos que se ven como Alí Babá, todo junto un abeto pintado de blanco en una ciudad en la que nos derretimos del calor. Todo eso mezclado con un gordo barbudo que no se sabe si se llama Santa Claus o Papá Noel o es el Niño Jesús, pero que compensa su extrema timidez con un exceso de generosidad, mandándose una maratón ciclópea de repartir regalos a todo el mundo en un plazo de 24 horas ¡y que encima pasa su exceso de kilos por las chimeneas!
¿Cómo se nos mezcló así la historia?
Investigando, podemos saber que la Navidad existe solo desde el año 337 después de Cristo, por disposición del emperador romano Constantino. La verdad es que Jesús nació en un día de abril, pero las fiestas paganas llamadas Saturnalias se celebraban el 25 de Diciembre, y eran tan importantes y tan imposibles de erradicar, que se resolvió correr el cumpleaños de Jesús para hacerlo coincidir con estas celebraciones. Las Saturnalias se realizaban en el día mas corto del año en el hemisferio Norte, y festejaban el regreso del Dios Sol a la tierra. Los antiguos astrónomos ya sabían que a partir de Navidad, los días del hemisferio Norte se hacen más largos y soleados, prometiendo los cálidos días de primavera. En las Saturnalias, todo el mundo se emborrachaba, comía de más, danzaba y trataba de formar pareja, alejando los fantasmas del crudo invierno imperante. Ponían en el centro de la fiesta un pino cortado, símbolo de la resurrección de los dioses y la vida siempre verde, cuya nieve se derretía al calor de las hogueras, formando brillantes gotitas de agua que hoy recordamos con los adornitos del árbol y sus bolitas metalizadas.
Lo antiguos romanos intercambiaban regalos para estas felices fechas que marcaban el principio del fin de la estación más fría del año. En varios países se agasajaba a un viejito llamado Woden (Señor Invierno) dándole mucho de comer para que la temporada fuera menos cruda.
En el siglo 4 DC, un obispo de Bari, San Nicolás, salía de noche a dejar regalos en las medias de los pobres en Navidad .De ahí tanta media roja de adorno. Su nombre, Saiont Niklas, se deformó en Santa Claus y su figura se mezcló con la del pagano Woden.
Dos mil años después, nos encontramos con que la imagen de Jesús, el pesebre, María y José siguen sin poder desplazar lo pagano: el muérdago que para los celtas era la eternidad, el abeto que era árbol sagrado y protector, el Señor Invierno abrigado desde 1934 con los colores de Coca Cola, gracias a una campaña navideña fabulosamente exitosa (antes de eso papá Noel se vestía de marrón )…¡La confusión es total!
Disfrutar y compartir
No podemos contarles a nuestros hijos la verdadera razón del despiole histórico que venimos heredando en las fiestas. Podemos contestarles pocas preguntas, adornar nuestra casa con campanitas, angelitos y moños, hacer del armado del árbol un rito familiar, preparar las cosas con amor para que todos disfruten y se sorprendan, tratar de reunir a toda la familia en torno al árbol, brindar juntos aunque no haya plata para regalos y creer firmemente en Papá Noel .
¿No es hermoso fingir juntos, todos unidos, que nos estamos creyendo la historia de Papá Noel y el árbol sagrado? ¿Alguien cree, acaso, que los romanos creían en serio en Zeus y en los ritos de las Saturnales? Nadie creyó nunca nada de eso y, sin embargo, todos nos sentimos más unidos si seguimos cuidando estas tradiciones que, al fin y al cabo, nos dan uno de los pocos momentos de la vida con licencia para festejar, estar contentos y repartir regalos y buenos deseos a los demás.
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