La obsesión egipcia por mutilar a sus dioses: de cuando Anubis despellejó al Señor del caos
La mitología de cada pueblo es una fotografía exacta de cómo veían y entendían el mundo que les rodeaba. Las virtudes, injusticias, prodigios y crueldades
que percibían en la creación y en los propios seres humanos terminaban
proyectadas en sus dioses. Lo sorprendente, no obstante, en el caso egipcio
era la ligereza con la que los seres divinos se mutilaban y castigaban
hasta alcanzar niveles de crueldad fuera de lo común. La guerra entre
divinidades era un elemento fundamental del relato.
Un ejemplo de
esta brutalidad familiar está en la enemistad entre Horus, dios celeste,
y Set, Señor del caos, que implicó a otros importantes miembros del
panteón egipcio como Anubis, dios de la muerte. En las primeras
versiones de este enfrentamiento, fundamental en la mitología egipcia, Set y Horus
eran hermanos luchando por la herencia paterna, pero más adelante
fueron considerados tío y sobrino.
De modo que tras la muerte de Osiris, padre de Horus y hermano de Set,
ambos iniciaron una lucha por la sucesión en la que el segundo usurpó
el trono de los dioses en la tierra. Es más, el mito consideraba a Set
el responsable de la muerte de Osiris,
ya fuera después de transformarse en toro y pisotearle; en un mosquito y
picotearle mortalmente; o en un cocodrilo y morderle cuando nadaba. En
cualquier caso, el dios chacal Anubis se encargó de embalsamar y vendar
el cuerpo del dios rey, siendo la primera momia que inició la más
característica tradición egipcia.
La batalla entre tío y sobrino
llegó a las manos en varias ocasiones, lo que puede hacer referencia a
eclipses lunares o a fases menguantes de la luna, como la película «Dioses de Egipto»
(2016) relató de forma libre recientemente. Durante uno de los combates
Horus hirió a Set en los testículos y éste a Horus en ambos ojos. El
mito incluía, no obstante, la historia de cómo Horus recuperaba sus ojos
(su ojo en forma de luna, en algunas versiones) posteriormente. Como
dios del cielo Horus adoptaba la forma de halcón, mientras que Set
adquiría con frecuencia la mitad de un cerdo hormiguero y parte de un
asno salvaje.
Juicios, retos y venganzas
Ambos pretendientes al trono acudieron durante la lucha a un tribunal divino, presidido por el dios supremo Ra,
que se inclinó porque fuera Horus quien reinara. Sin embargo, el propio
Ra dudaba del criterio del tribunal y retrasó la sentencia por tiempo
ilimitado. En un momento dado accedió a que el consejo se trasladara a
una isla para que la diosa Isis, madre de Horus, no pudiera interferir en la disputa.
Así
y toda, la diosa se disfrazó de anciana para alcanzar la isla, donde se
transformó en una muchacha de gran belleza para seducir a Set. El
enamoramiento sirvió para que el Señor del caos,
compungido por una historia inventada sobre una injusticia vivida por
esa supuesta muchacha, terminara reconociendo que era una injusticia que
alguien se vieran privado de la herencia de su padre.
El
mito relata que la Enéada (los dioses fundacionales) ordenó castigar a
Horus por los pecados de su madre, a lo que Set se tomó la justicia por
su cuenta y le arrancó los ojos a su sobrino mientras dormía
La
confesión privada de Set no resolvió gran cosa, salvo que advertió de
la presencia de Isis en la isla, quien además de engañar a su cuñado
había sobornado con un anillo de oro a uno de los miembros del tribunal,
Nemti. Como castigo por aceptar un soborno, a Nemti le fueron cortados los dedos de los pies. Más heridas.
Harto
de que se dilatara una y otra vez la decisión, Set retó a Horus a que
ambos se transformaran en hipopótamos por turnos e intentaran permanecer
durante tres meses bajo el agua. Horus aceptó, pero también aquí Isis,
temiendo que perdiera su hijo, hizo todo lo posible para boicotear la
prueba. Lanzó un arcón de cobre al agua golpeando a Horus y a Set, que
salvó la vida por poco. Fuera de sí, Horus castigó las trampas de su
madre cortándole la cabeza. Otra mutilación.
En paralelo a estos
sucesos, el mito relata que la Enéada (los dioses fundacionales) ordenó
castigar a Horus por los pecados de su madre, a lo que Set se tomó la
justicia por su cuenta y le arrancó los ojos a su sobrino mientras
dormía. La diosa Hathor le devolvería la vista de nuevo usando leche de gacela.
La guerra entre la agricultura y el desierto
La disputa finalizó definitivamente cuando Horus escribió al difunto Osiris,
que permanecía en los infiernos, pidiendo justicia. Osiris dio la razón
a su hijo y amenazó con enviar demonios a la tierra si no entregaba a
su primogénito lo que era suyo. Ra accedió al fin a que Horus fuese rey
y, para ahogar su furia, llamó a Set para que viviera junto a él en el
cielo y fuese dios de las tormentas. Esto es, que le ayudara en su tarea
como dios del Sol, en la que todos los días atravesaba el cielo en su
barca y cada noche entraba en los infiernos a enfrentarse a los demonios
encabezados por la gigantesca serpiente Apep. Una
tarea ingrata que, creían los egipcios, se alargaría hasta que se
sintiera tan triste como para que él y su obra se disolvieran en el caos
y volviera a comenzar el ciclo de la creación. Fotograma de la película Dioses de EgiptoEl
relato sobre la lucha de Horus y su madre contra Set implicó a muchos
dioses y, a nivel real, supuso el choque entre los partidarios humanos
de ambos dioses. Los dominios de Set eran los desiertos
y todos los animales de carácter salvaje. Horus y su padre
representaban la agricultura. Según la tradición egipcia, los bueyes y
los burros fueron castigados por pisotear la cebada, vinculada a Osiris,
a ser apaleados eternamente. Y es que Set siempre trataba de maltratar los cultivos
adoptando la forma de diversos animales. En una ocasión adoptó la forma
de pantera, pero Thot (dios de la sabiduría, y los hechizos) le batió
con hechicería cuando trataba de arruinar unas tierras fertiles.
A
continuación, Anubis lo ató, lo marcó con un hierro y lo despellejó.
Cuando intentaron liberarle sus seguidores, fueron decapitados por el
propio Anubis.
El contraataque de Set y sus seguidores, una vez
se recuperó de las heridas, se saldó con la muerte de cientos de ellos y
las montañas teñidas con su sangre. Porque detrás de cada accidente
geográfico los egipcios solían percibir el brutal paso de alguna
divinidad.
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