Lamia, dama seductora y de belleza excitante. Una mujer peligrosa hija de Poseidón y Libia, que fue capaz de cautivar incluso al todopoderoso Zeus. En ocasiones, se habla de ella como si se tratase de un monstruo y es que su apariencia cándida se entremezcla con la sagacidad de un depredador, de un cazador habituado a alimentarse de niños y de amantes que se rendían a sus pies.
La vida de Lamia tuvo durante un tiempo un transcurso normal, pero su maldición llegó el día en que Zeus se enamoró de ella, alzando los irrefrenables celos de la Diosa Hera, poco acostumbrada a los continuos desaires de su adúltero marido. Su castigo fue terrible: mató a sus hijos y la condenó a no poder cerrar nunca más sus ojos, de modo que la imagen devastadora de sus propios hijos fallecidos permaneció por siempre en su memoria…
Afortunadamente, Zeus, apiadándose de su amante, le permitió poder tener el don de quitarse los ojos cuando deseara para descansar. Pero el mal ya estaba hecho y Lamia no podía evitar castigar a los hijos de otras madres llevada por una envidia desproporcionada. Les arrancaba la vida y chupaba su sangre.
Llegó un momento en que, sencillamente, empezó a disfrutar de ello. Tanto es así que era muy común entre las madres griegas y romanas el amenazar a sus hijos diciéndoles que, si no se portaban bien, la reina Lamia vendría a por ellos para llevárselos. En muchas representaciones Lamia aparece en forma de serpiente, abrazando y chupando la sangre de los niños. Otros artistas, de corte más romántico, la pintaron envuelta de una dulce candidez, hipnotizando a nobles caballeros.
En muchas culturas se la conoce como “La llorona” o la reina “Lamiak”, esa presencia a la que se oye llorar desde la lejanía y que, cuando menos se espera, logra introducirse en los hogares de la población para llevarse a sus hijos. Se la teme y se elaboran muchos tipos de amuletos que se colocan en las cunas de los bebés y en las ventanas de las habitaciones. Medidas que muchas veces no son efectivas, porque es común que se haga pasar por una inocente muchacha que busca algo de comer en las noches frías de invierno. Una vez invitada al interior del hogar, la Lamia se transforma en serpiente y consigue la sangre de toda la familia.
Ella, con su fascinante estela de misterio y sensualidad, se alza como uno de los primeros antecedentes del vampirismo moderno. Lamia en la tradición grecorromana, Lilith en la cultura hebrea… muchos nombres para una sola imagen tan aterradora como interesante…
La vida de Lamia tuvo durante un tiempo un transcurso normal, pero su maldición llegó el día en que Zeus se enamoró de ella, alzando los irrefrenables celos de la Diosa Hera, poco acostumbrada a los continuos desaires de su adúltero marido. Su castigo fue terrible: mató a sus hijos y la condenó a no poder cerrar nunca más sus ojos, de modo que la imagen devastadora de sus propios hijos fallecidos permaneció por siempre en su memoria…
Afortunadamente, Zeus, apiadándose de su amante, le permitió poder tener el don de quitarse los ojos cuando deseara para descansar. Pero el mal ya estaba hecho y Lamia no podía evitar castigar a los hijos de otras madres llevada por una envidia desproporcionada. Les arrancaba la vida y chupaba su sangre.
Lamia, la reina de Libia
Una vez castigada por la Diosa Hera, Lamia volvió a Libia donde, se dice, que fue nombrada reina. Según algunas tradiciones, uno más de sus castigos fue su facultad para transformarse en serpiente, reptando por el suelo como una alimaña. Este es un aspecto que no aparece de forma unánime en todas las culturas, pero algo en lo que sí se coincide es que Lamia empezó a sentir tanta envidia de las madres que cuidaban de sus hijos, que aprovechaba las noches para entrar por las ventanas y sacrificar a las criaturas alimentándose de su sangre.Llegó un momento en que, sencillamente, empezó a disfrutar de ello. Tanto es así que era muy común entre las madres griegas y romanas el amenazar a sus hijos diciéndoles que, si no se portaban bien, la reina Lamia vendría a por ellos para llevárselos. En muchas representaciones Lamia aparece en forma de serpiente, abrazando y chupando la sangre de los niños. Otros artistas, de corte más romántico, la pintaron envuelta de una dulce candidez, hipnotizando a nobles caballeros.
En muchas culturas se la conoce como “La llorona” o la reina “Lamiak”, esa presencia a la que se oye llorar desde la lejanía y que, cuando menos se espera, logra introducirse en los hogares de la población para llevarse a sus hijos. Se la teme y se elaboran muchos tipos de amuletos que se colocan en las cunas de los bebés y en las ventanas de las habitaciones. Medidas que muchas veces no son efectivas, porque es común que se haga pasar por una inocente muchacha que busca algo de comer en las noches frías de invierno. Una vez invitada al interior del hogar, la Lamia se transforma en serpiente y consigue la sangre de toda la familia.
Ella, con su fascinante estela de misterio y sensualidad, se alza como uno de los primeros antecedentes del vampirismo moderno. Lamia en la tradición grecorromana, Lilith en la cultura hebrea… muchos nombres para una sola imagen tan aterradora como interesante…
No hay comentarios:
Publicar un comentario