Es el Neptuno cántabro, el rey del mar que baña las costas de Cantabria. Los hallazgos arqueológicos realizados en la villa de Castro Urdiales han arrojado una pequeña figurilla en bronce de época romana, representando a una divinidad marina que ha querido asociarse a Neptuno, pero que exhibe varias peculiaridades. Se trata de un joven imberbe, que lleva un delfín en la mano y porta un collar con un colgante de media luna. Hoy se encuentra depositado en el Museo de Prehistoria de Santander, situado en los bajos del edificio de la Diputación Provincial. Este hallazgo confirma la creencia en Cantabria en una deidad marina desde hace ya mucho tiempo. Cosa lógica, por otra parte, en un pueblo que vive día a día con el mar. No se sabe si como evolución de aquel personaje, hoy perdura en estas tierras la creencia en un rey marino, el Lantarón. Se trata de una figura masculina, semejante a la humana, con grandes pies y manos que presentan membrana interdigital, cuerpo musculoso del color verdinegro como el de las algas, cabeza ovalada y ojos verdes saltones. De su columna vertebral salen unas espinas dorsales, como las del “pez escorpión”.
Durante la bajamar se acerca a las rompientes y, en pié sobre las rocas, apoyado en su vara de saúco, observa ensimismado el movimiento y el rumor de la resaca. Sólo se alimenta de pulpos, a los que arranca del fondo con sus recias manos y se los come lentamente mientras sus ojos contemplan la amplitud de su reino.
Rey de los mares, es él quien premia a los pescadores concediéndoles la posibilidad de desposar a las sirenas que caen presas en sus redes. Al anochecer se torna luminiscente, merced a una poción que fabrica con bayas de su vara de saúco y leche de sirena. Esta misma pócima, le confiere poderes sobrenaturales.
Durante la bajamar se acerca a las rompientes y, en pié sobre las rocas, apoyado en su vara de saúco, observa ensimismado el movimiento y el rumor de la resaca. Sólo se alimenta de pulpos, a los que arranca del fondo con sus recias manos y se los come lentamente mientras sus ojos contemplan la amplitud de su reino.
Rey de los mares, es él quien premia a los pescadores concediéndoles la posibilidad de desposar a las sirenas que caen presas en sus redes. Al anochecer se torna luminiscente, merced a una poción que fabrica con bayas de su vara de saúco y leche de sirena. Esta misma pócima, le confiere poderes sobrenaturales.
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