lunes, 14 de marzo de 2016
La Tulevieja
Nuestros mayores se valían de cualquier cosa para inducir miedo a los más pequeños y así mantener el orden del hogar.
Esta era una viejita que vivía cerca del río Virilla en una casucha destartalada por el tiempo, usaba para taparse del sol un gran sombrero de “tule”, hoja amplia de la planta del mismo nombre.
¡Se lo va a llevar la vieja de la tule!, decían a aquellas criaturas que amedrentadas huían al verla recogiendo leña cerca del río.
Al pasar de los años, ésta se convirtió en una leyenda describiéndola de la siguiente manera:
“Gran sombrero de tule, pechos al desnudo, patas de gavilán, alas de murciélago, rostro de bruja y carga de leña.”
Se dice que alza vuelo y cae sobre la persona despedazándola cuando esta se encuentra en pecado mortal.
La primitiva población de Dos Cercas, más tarde aldea de Desamparados, la asentaron los padres franciscanos que intervinieron en la colonización de Costa Rica, en un vallecito agreste, rodeado de montañas y regado por tres ríos: Tiribí, Damas y Cucubres. Escogieron un punto intermedio, más o menos, entre las antañonas poblaciones de Aserrí y Curridabat. Un lugar de descanso y refugio, en las horas de fuerte sol o de persistentes lluvias.
Como el medio era tan bello, de una vegetación rica, las gentes desarrollaron su imaginación fantasiosamente creando una serie de leyendas. La leyenda es la poesía de! campesino.
García Monge recogió una, titulada “El caballito de oro”. Francisco María Núnez, la de “El ataúd volador de Ñor Prudencio”, y algunas otras más. Quedaba por consignar en el papel, antes de que se pierda en el olvido, la de La Tulevieja.
Recordemos que, como las gentes se bañaban en los ríos, y de ellos tomaban el agua de consumo, entonces cristalina, pura, hubo remansos escondidos entre la fronda, diríamos, poéticos; que recibieron nombres y dieron origen a hermosas leyendas: La poza de La Unión, donde se unen los ríos Tiribí y Damas: La de Cancancho; la de La Selva, y muchas más.
Concretando, nos referimos a la Tulevieja. No olvidemos que las mujeres campesinas solían usar un sombrero de paja, puntiagudo, que se calaban hasta los ojos. Lo llamaban “tule”. Generalmente estaba renegrido por las manchas de platano o de café. Les servía para librarse del sol o la lluvia, y también de los insectos, especialmente de las avispas que suelen enredarse en el pelo y constituyen una mortificación.
La Tulevieja era una señora entrada en años y mañas. Se dice que hasta dormía con el sombrero puesto, Deformado, sucio, con un aspecto de chupón.
La chiquillería burlona le puso el apodo de Tulevieja, y se complacía en molestarla. Ella entraba en enojo y, si tenía una rama a mano, corría tras ellos, tratando de alcanzarlos para darles su merecido. Nunca lo lograba. Sus bravatas estimulaban a los traviesos muchachos.
La Tulevieja iba a los cafetales a buscar “charramasca”, o sea, leña menuda. De paso, cargaba un racimo de plátanos sobre su cabeza. El tule, cada día más renegrido.
Un día el viento le voló el sombrero que cayó sobre las turbulentas aguas del entonces crecido río Tiribi, arrastrándolo en su corriente. Ella voló en su persecución. La cabeza de agua de la gran creciente la ahogó.
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