Muchas veces el ser humano se encuentra ante dos
alternativas: creer o no creer y someter a su desprevenido espíritu al
impacto de la mitología, así como sacudir los escombros de la historia,
resultantes de la febril imaginación de quienes no poseían mejores
elementos para transmitir imágenes y acontecimientos, cuando solo
disponían de símbolos y signos criptográficos.
Prometeo, su hijo Deucalión y la esposa de este, Pirra, hija de Epitemeo y Pandora, quienes construyeron un arca para sobrevivir a la catástrofe cuando remitieran las aguas. Deucalión y Pirra fueron a Delfos a orarle a la Titanide Temis, quien, según relatos, era la madre de Prometeo. Estos debían arrojar, por encima del hombro, los huesos de quienes ambos descendían. Los huesos eran piedras que tiraban, que al caer se convertían en seres humanos. Los de Deucalión eran hombres y las de Pirra mujeres. Pero Zeus envió un gran diluvio a la Tierra para destruir a la humanidad, en castigo por los desmanes del Titán prometido.
La necesidad de creer para el ser humano es más fuerte que la de no creer.
Existen hechos históricos muy distantes de nuestra época, que por su tremendo impacto en la realidad no les damos la credibilidad que merecen, llegando a considerarlos parte de la mitología incorporados a la historia, que para mostrarnos imágenes y acontecimientos solo disponían de elementos de transmisión obsoletos.
Pero cuando tropezamos con testimonios afines y tradiciones que coinciden en narrar los mismos acontecimientos, los cuales convergen en las mismas circunstancias de tiempo, no podemos menos que asombrarnos y cancelar nuestro escepticismo. Es el caso concreto del diluvio universal al que hace referencia la Biblia, cuyo relato también lo encontramos en el Mahabarata, que nos da cuenta de una gran inundación y de su superviviente llamado Baisbasbata.
De la leyenda babilónica, Ut-napishtim guarda gran similitud con la historia de Noé; Coxcox, de la civilización azteca, quien se salvó de la inundación en una balsa gigantesca de ciprés; Tezpi, también de una tradición mexicana más desarrollada, quien construyó un espacioso navío y lo cargó con granos y animales; Tamandere, el Noé guaraní, que flotó en un enorme árbol, quedando en la cumbre de una gran montaña; Bochica, de la leyenda precolombina; Yima, en Irán, etc.
Todas estas historias pertenecientes a regiones del mundo y que han permanecido ajenas entre ellas, separadas por el tiempo y la distancia, nos llevan a concluir que en verdad existe un ingrediente esencial en el contexto de toda verdad histórica y un denominador común entre los hombres y las razas.
Y los mitos pretenden alcanzar una doble función: la de entretener y la de derivar una enseñanza para la sociedad humana. Hay quien decía que los mitos son sueños soñados por muchos, entonces yo me pregunto, ¿cuántas veces los seres humanos hemos compartido el mismo sueño?
Prometeo, su hijo Deucalión y la esposa de este, Pirra, hija de Epitemeo y Pandora, quienes construyeron un arca para sobrevivir a la catástrofe cuando remitieran las aguas. Deucalión y Pirra fueron a Delfos a orarle a la Titanide Temis, quien, según relatos, era la madre de Prometeo. Estos debían arrojar, por encima del hombro, los huesos de quienes ambos descendían. Los huesos eran piedras que tiraban, que al caer se convertían en seres humanos. Los de Deucalión eran hombres y las de Pirra mujeres. Pero Zeus envió un gran diluvio a la Tierra para destruir a la humanidad, en castigo por los desmanes del Titán prometido.
La necesidad de creer para el ser humano es más fuerte que la de no creer.
Existen hechos históricos muy distantes de nuestra época, que por su tremendo impacto en la realidad no les damos la credibilidad que merecen, llegando a considerarlos parte de la mitología incorporados a la historia, que para mostrarnos imágenes y acontecimientos solo disponían de elementos de transmisión obsoletos.
Pero cuando tropezamos con testimonios afines y tradiciones que coinciden en narrar los mismos acontecimientos, los cuales convergen en las mismas circunstancias de tiempo, no podemos menos que asombrarnos y cancelar nuestro escepticismo. Es el caso concreto del diluvio universal al que hace referencia la Biblia, cuyo relato también lo encontramos en el Mahabarata, que nos da cuenta de una gran inundación y de su superviviente llamado Baisbasbata.
De la leyenda babilónica, Ut-napishtim guarda gran similitud con la historia de Noé; Coxcox, de la civilización azteca, quien se salvó de la inundación en una balsa gigantesca de ciprés; Tezpi, también de una tradición mexicana más desarrollada, quien construyó un espacioso navío y lo cargó con granos y animales; Tamandere, el Noé guaraní, que flotó en un enorme árbol, quedando en la cumbre de una gran montaña; Bochica, de la leyenda precolombina; Yima, en Irán, etc.
Todas estas historias pertenecientes a regiones del mundo y que han permanecido ajenas entre ellas, separadas por el tiempo y la distancia, nos llevan a concluir que en verdad existe un ingrediente esencial en el contexto de toda verdad histórica y un denominador común entre los hombres y las razas.
Y los mitos pretenden alcanzar una doble función: la de entretener y la de derivar una enseñanza para la sociedad humana. Hay quien decía que los mitos son sueños soñados por muchos, entonces yo me pregunto, ¿cuántas veces los seres humanos hemos compartido el mismo sueño?
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