En la mitología griega, Escila (en griego Σκύλλα) es un monstruo marino que anteriormente fue una hermosa ninfa hija de Forcis y Hécate.
Escila es descrita como un monstruo con torso de mujer y cola de pez, así como con seis perros partiendo de su cintura con dos patas cada uno, contando así con doce pies. Estos perros, pese su feroz aspecto, ladraban como cachorros; según otras versiones, sería un ser con seis largos y serpentinos cuellos con cabezas grotescas, mientras que sus doce patas serían de otra naturaleza; finalmente, según otras fuentes, compartiría algo de ambas descripciones. Sin embargo, se dice siempre que poseía en cada cabeza tres apretadas hileras de afilados dientes.
Este ser habitaba en un estrecho paso marítimo, en el lado opuesto a su contraparte Caribdis. Los lados del canal estaban dentro del alcance de una flecha, de modo que los barcos que intentasen evitar a Caribdis deberían acercarse a Escila, y viceversa. Con el tiempo fue transformada por los dioses en una roca, aún existente, que suponía graves peligros para los navegantes.
Esta figura mitológica aparece en las aventuras de Odiseo.
En la Odisea de Homero, Circe advierte a Odiseo, en el canto XII, de navegar más cerca de Escila que de Caribdis, ya que mientras Escila devoraría a seis de sus hombres, su contrapartida succionaría su barco entero:
«Empuja rápidamente tu nave junto al escollo de Escila, ya que es mejor perder a seis de tus hombres que toda tu nave».
Odiseo logró navegar entre Escila y Caribdis, aunque las seis cabezas de la primera devoraron seis miembros de su tripulación.
Según la obra La metamorfosis, de Ovidio, Escila fue una vez una hermosa ninfa. El dios marino Glauco, anteriormente un pescador, se enamoró de ella, pero ésta huyó de él hacia tierra, donde no podía alcanzarla. Desesperado, Glauco fue a la hechicera Circe para que le preparase una poción de amor y así derretir el corazón de la joven. Circe, que estaba secretamente enamorada de Glauco, le recomendó dedicar su amor a alguien más digno de él, intentando cortejarlo con dulces palabras y miradas, pero el dios no quiso saber nada de ella. Circe se enfureció, pero con Escila y no con Glauco; por ello, fingió ayudar al dios entregándole un frasco, recomendándole que lo vertiese en la charca donde Escila solía bañarse. Glauco siguió sus instrucciones y vertió la poción; sin embargo, tan pronto como la ninfa entró en el agua se transformó en un horrible monstruo de seis cabezas. Glauco, que vigilaba la escena desde la lejanía, perdió su interés por ella y se marchó.
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