El origen del hermoso Arco Iris gracias a la diosa mensajera
Deucalión (y no Noé) construyó junto a su esposa Pirra un Arca
que los salvó del cataclismo. Fueron ellos quienes, conjuntamente,
dieron lugar a la nueva generación de hombres y mujeres, lanzando
piedras que se convertían gradualmente en personas, tal como se los
había presagiado el Oráculo de Temis. Dijimos, asimismo, que aquel
castigo divino era la consecuencia del gran enojo de Zeus para con la
humanidad, cansado ya de los crímenes de toda índole que los hombres
perpetraban contra sus pares. Sin embargo, luego de analizar el desastre
causado, el máximo dios del Olimpo prometió no arremeter nuevamente
contra los mortales y, como garantía del nuevo pacto, ordenó a la diosa
Iris que dejase sus tareas de asistente de su esposa HERA para llevar a cabo una nueva labor, mucho más trascendental.
Iris era hija de tAUMANTE y Electra, pero mayor notoriedad le otorgaba ser nieta de Ponto (uno de los dioses menores del mar) y de gEA (la diosa de la Tierra), además de también ser bisnieta de Océano y Tetis,
otros dioses marinos de gran relevancia. En efecto, su alcurnia le
endosaba el conocimiento a la perfección del cielo (por vivir en el
Olimpo), de las aguas (por sus abuelos) y de la tierra (por su abuela),
razón por la cual Zeus no dudó en elegir a Iris para la mencionada
misión. Cabe destacar asimismo que sus padres, orientados por un
vaticinio, la nombraron Iris o Eiro en griego, que
significa “aquella que lleva mensajes”. Precisamente, su gestión sería
la de establecer una nueva comunicación entre los dioses y los mortales,
atravesando el cielo y el mar para llegar hasta la tierra y notificar
de los distintos mensajes de Zeus y, en menor medida, de Hera a los
humanos.
Iris se había desposado con Céfiro,
el dios del viento suave del Oeste, que era tan mujeriego que ya tenía
varias parejas, aunque Iris provocó en él el mayor amor al ser alcanzado
por una flecha de Eros.
Cuando Zeus le encomendó a su esposa la tarea de otorgar mensajes para
los hombres, Céfiro se ofreció a impulsarla suavemente con su soplo para
dirigirla, ya que si bien Iris poseía alas, solía distraerse en sus
viajes al mundo de los humanos.
En sus traslados, Iris llevaba consigo un jarrón de oro para regar
las nubes para proveer a la tierra de las lluvias necesarias para la
fertilización. Del mismo modo, la diosa mensajera transportaba el
caduceo, una especie de “varita mágica” que propiciaba la vida, la salud
y la prudencia. Pero lo más significativo era su atuendo multicolor
diseñado por Hefesto,
que al lanzarse desde las alturas hacia la tierra y reflejarse en las
aguas desprendía un surco de siete colores que pintaba el cielo luego de
cada tormenta, ya que Iris alternaba su labor de emisaria con Hermes,
el dios mensajero por excelencia. Temeroso de que las nubes lo rozaran y
avivaran su alergia hacia ellas, Hermes llevaba a cabo su tarea los
días de sol, mientras que luego de cada tormenta, Iris se abría paso
entre las nubes y llevaba alegría a los hombres con su sublime haz de
luz multicolor.
Así fue como, luego de la “tormenta” que implicó la disputa entre
dioses y hombres, llegaba el mensaje de paz y un nuevo pacto entre las
partes, signada por el arqueado, esplendoroso y colorido vuelo de la
diosa Iris. Ahora, cuando admiramos el Arco Iris luego de la tempestad,
sabemos que nuestra diosa está enviando un mensaje de Zeus a alguno de
los mortales…
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