“… dentro de siete días haré que llueva durante cuarenta días y cuarenta noches. ¡Voy a borrar de la tierra todo lo que vive! (palabra de Dios, La Biblia, Génesis, Capítulo III, versículo IV)
“… desde ahora no me
considero compatible con la raza humana. Juro, por la laguna Estigia y
por los demás ríos infernales, mutilar la parte corrompida para reservar
la parte sana” (palabra de Zeus, Las Metamorfosis, Ovidio, Libro I, Capítulo II)
Si bien habrá quienes aún objetan su existencia, cada vez hay mayor
asidero en la afirmación de que una gran tormenta azotó a la tierra en
la Antigüedad. Es más, algunos teóricos agregan, teniendo en cuenta los
recientes casos en Indonesia y Japón, que la proliferación de tsunamis
también formó parte del afamado diluvio. Tal es así, que un gran número
de culturas suscribió a esos hechos elaborando, según sus mitos, una
historia dentro de la historia, como sucede en los casos de la religión
cristiana, de la mesopotámica, de la hebrea, de la hindú y por supuesto
también de la Mitología Griega.Aún recordamos aquellas enseñanzas en las materias de religión, en dónde Dios habló a Noé para que construya un arca de dimensiones estrambóticas y que reúna en ella a su mujer, a sus hijos con sus esposas y a un macho y a una hembra de las distintas especies animales. En ese sentido, dicha instrucción llega a nosotros algo alterada, ya que la noción cristiana del Diluvio Universal es desempolvada del ático de narraciones de otras culturas como la Asirio-Babilónica o la Mitología Griega y es armónicamente reelaborada. Tal es así, que algunos teóricos post cristianismo adhieren a la historia de Noé y su arca pero niegan el convenio divino entre él y Dios, con lo cual la probabilidad de un NO PACTO vincularía aun más a la leyenda cristiana con la contada por los antiguos griegos, en la que Zeus decide dar lugar a la tempestad sin advertir de ello a Deucalión, el notable intérprete del suceso en la versión helénica. En efecto, quién sí da aviso de lo que se viene a Decaulión es su padre, Prometeo, aquel Titán encadenado por sustraer el fuego a los dioses para procurárselo a los hombres.
Tengamos en cuenta una cuestión fundamental para sostener nuestra hipótesis: el texto de Génesis fue escrito en el siglo V antes de Cristo, por tanto, antes del Cristianismo. En consecuencia, esta particularidad temporal refleja que el origen del primer libro del Antiguo Testamento nace del judaísmo y la relación de los hebreos con los asirios, los babilónicos y los griegos condice de alguna manera con la teoría de una reformulación de los distintos mitos respecto del Gran Diluvio. Pero más allá de esta discusión, pasemos a contar la sucesión de hechos que dio lugar al Diluvio Universal, según la Mitología Griega.
Luego de transitar la Edad de Oro y la de Plata, la humanidad alcanzó la Edad de Bronce, en la cual el hombre se corrompió y dio rienda suelta a sus más perversas pasiones y crímenes. Zeus, enfadado por semejante comportamiento, viajó hasta la Arcadia, dónde reinaba Licaón, para corroborar de cerca sus actos. Renegando de que fuera un dios, el rey lo invitó a un banquete en el que se le sirvió una carne asada de una procedencia atroz: el cuerpo de un prisionero de guerra. El dios, espantado de la maldad de aquellos mortales se decidió a poner punto final a la existencia de los hombres. Reuniendo en concejo a los demás dioses olímpicos, comunicó su decisión de exterminar todo lo que habitase la tierra. El Titán Prometeo, que yacía encadenado a una montaña cercana al Olimpo, oyó los planes terroríficos de Zeus y por medio de un sueño advirtió a su hijo Deucalión para que construyera un arca de madera junto con su esposa Pirra.
En un primer momento, Zeus pensó en lanzar sus rayos, pero temiendo que el humo profanara el Olimpo, decidió volcar los descomunales odres de los Cíclopes contra la tierra y llamó a Bóreas, el irascible dios del viento Norte, para que con su soplo la tormenta fuese tan violenta como su carácter. No obstante, a pesar del ímpetu de ésta, Zeus pidió a su hermano Poseidón que con su tridente quebrara desde los océanos los cimientos de la Tierra, lo cual provocó que unas imponentes olas inundaran el mundo y fuese esta acción la que diera lugar a los implacables tsunamis. La Tierra se transformó así un un vastísimo mar que arrasó con toda la vida que había en ella, a excepción del Arca de Deucalión y su esposa Pirra.
Finalmente, cuando la tempestad cesó y los cielos comenzaron a mostrar los rayos del sol, el Arca se detuvo en la montaña más alta de Grecia, el Parnaso, que no había sido ahogado por las aguas. Marido y mujer salieron de su refugio, pero lejos de alegrarse de estar con vida, lloraron al observar desolada la Tierra. Pirra se dirigió al templo de Temis para pedir ayuda y poblar el mundo lo más rápido posible. El Oráculo le respondió: “Busca los huesos de tu madre y arrójalos a tus espaldas”.
Aún más entristecida, se negó a profanar los restos de su madre, pero la clarividencia de Deucalión advirtió que el Oráculo había hablado de forma alegórica y no literalmente. En efecto, pensó que “madre” refería a la Tierra madre y que los “huesos” no eran otra cosa que las piedras que yacían en la tierra. Así lo hicieron y, de esta forma, las piedras lanzadas se ablandaban y se transformaban lentamente en hombres, si partían de la mano de Deucalión, y en mujeres, si lo hacían del brazo de Pirra. Quizá, este sea el motivo del “corazón de piedra” de algunos seres humanos…
Así fue cómo Zeus hizo renacer al hombre, aunque los resultados positivos aún se hagan esperar. Sin embargo, arrepentido de semejante sentencia, decidió no arremeter nunca más contra la humanidad y tener una comunicación fluida con los mortales, tarea que encomendó a la diosa Iris, que con su andar multicolor surcará los cielos hasta llegar a la Tierra, pero esa es parte la leyenda de la siguiente publicación…
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