En verdad que si hubo un mortal honrado por los
vigías del Olimpo, ése fue Tántalo, mas no pudo digerir su gran fortuna, y por
causa del hartazgo se ganó un castigo espantoso, la pesada piedra de sobre él
colgó el Padre: el continuo deseo de apartarla de su cabeza le hace perder el
rumbo de la felicidad.
Ésa es la clase de vida, sin remedio, que lleva
en continuo suplicio, cuarto castigo, junto a otros tres, porque robó a los
inmortales y dio a sus congéneres convidados el néctar y la ambrosía, que fueron
instrumento de su inmortalidad. Mas si alguien espera ocultar sus obras a los
dioses, yerra. Por ello los inmortales arrojaron a su hijo de nuevo a la
búsqueda de la efímera raza humana; y cuando, al alcanzar la flor de su edad, el
vello cubrió de sombra su barbilla, brotó en él la inquietud por un oportuno
matrimonio:
De su padre el de Pisa a la gloriosa Hipodamía
conseguir. Acercóse solo al mar gris en la oscuridad. Llamó a voces al de
profundo estruendo, el del poderoso tridente. Éste se le apareció cerca, junto a
los pies. Díjole: “¡Vamos! ¡Si es que los amables dones de la Cipria, Posidón,
producen algún efecto maravilloso, traba la lanza broncínea de Enómao,
encamíname sobre tu velocísimo carro hasta la Élide y acércame a la victoria,
pues ya ha matado a trece pretendientes para aplazar el matrimonio
Templo de Zeus en Olimpia: Enómao a la
izquierda, Pélope a la derecha, Hipodamía, palafrenero con el caballo
De
su hija! El peligro grande no admite a un hombre cobarde. Si hemos de morir,
¿por qué preparar en vano una vejez sin gloria sentados en la oscuridad,
privados de todo lo bello?
A mí me corresponderá esta hazaña. Y tú concédeme
su realización según quiero”. Así dijo; y no quedaron sin cumplimiento las
palabras con que le conmovió. El dios le honró con el don de un carro áureo y de
caballos de infatigables alas.
Sojuzgó la violencia de Enómao y a la doncella
como cónyuge, engendró seis hijos, caudillos esforzados en sus virtudes, y ahora
comparte espléndidas ofrendas cruentas, yacente cabe el curso del Alfeo, en
tumba que culto recibe junto a un altar por muchos visitantes frecuentado. La
gloria de Pélope desde lejos nos contempla, en los certámenes de las Olimpíadas,
donde se dirime la velocidad de las piernas y la madurez valiente de la fuerza.
También
Pélope acudió a pretenderla; Hipodamía al contemplar su belleza se enamoró de
él, y persuadió a Mírtilo, hijo de Hermes, para que le ayudase.
Mírtilo era el auriga de Enómao y, como amaba a Hipodamía, deseoso de
complacerla, no puso pernos en los ejes de las ruedas e hizo así perder la
carrera a Enómao, que enredado en las riendas fue arrastrado y murió; otros
dicen que lo mató Pélope. Enómao, moribundo, enterado de la maquinación de
Mírtilo, lo maldijo rogando que pereciera a manos de Pélope.
Pélope consiguió pues a Hipodamía; al pasar por cierto lugar en compañía de
Mírtilo, se alejó un poco para traer agua a su mujer sedienta, y entre tanto
Mírtilo intentó violarla. Pélope, informado por ella de lo ocurrido, arrojó a
Mírtilo al mar luego por él denominado Mirtoo, cerca del cabo Geresto. Mírtilo
durane la caída maldijo al linaje de Pélope.
Cuando Pélope llegó al océano fue
purificado por Hefesto, regresó a Pisa, en Élide, y obtuvo el reino de Enómao,
tras haber sometido la región llamada primero Apia y Pelasgiótide, y luego
Peloponeso a partir de su nombre.
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